Iglesia y homosexualidad

En la sociedad actual se ha impuesto un lugar común que sitúa a la Iglesia católica como homófoba, enemiga de los homosexuales. Esta acusación produce una gran confusión entre muchas personas de buena voluntad, no solo no creyentes, también entre muchos católicos que se sienten avergonzados por la acusación, asumiéndola como cierta. Pero ¿qué dice realmente la Iglesia católica sobre la homosexualidad? ¿Cuál es su doctrina y su propuesta hacia las personas homosexuales?

El catecismo de la Iglesia católica dedica varios puntos a este tema (CIC 2357-2359) donde aclara su posición. “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado”. Por lo tanto, si su origen permanece inexplicado es imposible establecer un juicio de culpabilidad sobre esa condición. El homosexual, de entrada, no es culpable de su situación y, consecuentemente, no es algo que se le pueda reprochar.

El texto deja abierto este juicio (“en gran medida”) porque algunos desarrollos de tendencias homosexuales sí son fruto de comportamientos voluntarios. Recordemos que el propio García Lorca, siendo homosexual, censuraba duramente a otros homosexuales que se han dejado arrastrar por intenciones fundamentalmente lujuriosas (Oda a Walt Whitman). Pero está claro que esta casuística no es para nada generalizable.

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El homosexual, en su inmensa mayoría, no es culpable de la atracción que experimenta pero debe evitar la práctica sexual que le suscita. La razón es que, en la visión católica de la vida, “la sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer” (CIC 2360), lo que pone al homosexual en una situación parecida al soltero heterosexual, al viudo, al célibe, o al casado respecto a la infidelidad. La virtud de la castidad, que significa que la sexualidad se somete al amor conyugal como expresión física de una donación de sí, se concreta en estos casos en la abstinencia como expresión de la libertad interior.

Así, la Iglesia reconoce que “esta inclinación constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba” que requiere el apoyo de la comunidad cristiana: “Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” y necesita del desarrollo espiritual de los propios afectados “mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.

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La propuesta de la Iglesia hacia las personas homosexuales (hombres y mujeres) se podría resumir de esta manera: El homosexual no es culpable de sus sentimientos, Dios le llama a vivir en castidad, la comunidad cristiana debe ser un lugar de acogida, comprensión y ayuda, y requiere un acompañamiento especial en su crecimiento espiritual.

¿Por qué, entonces, hay esa percepción de conflicto y persecución?

Sin duda, mucha gente discrepa de la visión católica del matrimonio, el número de parejas convivientes no casadas es cada día mayor, las relaciones sexuales de conveniencia totalmente ausentes de compromiso, también, y no por eso se considera a la Iglesia heterófoba porque proponga algo muy diferente: la abstinencia a los solteros y fidelidad a los casados.

Para unos y otros (homosexuales y heterosexuales), en todas esas ocasiones en las que la intención y las obras no acompañan al deseo de responder afirmativamente a esta propuesta, la Iglesia ofrece la misericordia como Cristo se la ofreció a la mujer adúltera, con el perdón total y la invitación apremiante a cambiar de estilo de vida.

GRUPO AREÓPAGO

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