Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «Reflexión sobre lo que nos preocupa»

La Conferencia Episcopal Española ha publicado en enero de 2023 un instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad, que convendría leer despacio. Su título es significativo: “El Dios fiel mantiene su alianza” (Dt 7, 9); no es documento más; como católicos es bueno hablar y tener ideas claras sobre tantas cuestiones como aquí son tratadas. Yo espigaré del texto unas cuantas situaciones que los Obispos españoles desean que se estudien y se dialogue sobre ellas con quienes forman nuestro entorno personal, parroquial y con quienes tenemos relación: nuestra familia, vecinos, grupo cristiano, amigos alejados de la Iglesia, etc.

                       Nuestra reflexión acerca de estos temas quiere ser “católica”, es decir, integral e integradora de tantos asuntos sobre los que, al haberse tratado de manera aislada y hasta enfrentada, hemos caído en una comprensión de la persona como ser sin vínculos fundantes. Y esa desvinculación respecto del propio cuerpo, de los otros y de Dios ha traído como resultado el desmedido elogio de la autosuficiencia e independencia de los individuos como propuesta de vida plena. Nuestra propuesta, como cristianos, es otra, también de vida plena, pero pone el acento en el vínculo de la alianza que Dios selló y sella con la humanidad: en la alianza matrimonial y en las alianzas entre las personas y los pueblos. Todo ello iluminado por la Alianza nueva y eterna que Jesucristo sella con su sangre rompiendo los sellos que parecían cerrar el libro de la historia en el abatimiento y desesperanza, como indica el bello texto de Ap 5,2-12.    

            Los obispos españoles nos alientan a un movimiento sinodal a favor del bien común, tan olvidado hoy, desde nuestra perspectiva de la fe, que tiene su fuente en la comunión con el Dios trino y uno, que se hace sacramento, esto es, signo e instrumento en la Iglesia y comprensión trinitaria de la persona, del matrimonio y la familia, como fermento de la sociedad. Pero no se trata de hacer proselitismo como si estuviéramos en campaña electoral, pues el Evangelio y la alianza de Dios siempre se propone, nunca se impone. Y se propone a nuestra sociedad, dominada a veces por las “las pasiones tristes” –la ira, la indignación y el resentimiento– alentados por una pasión renovada por Dios y por la persona humana.

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            Quisiera comenzar por subrayar que organizar la vida “como si Dios no existiera” trae malas consecuencias. Lo mismo ocurre con la concepción de la persona como individuo autosuficiente e independiente, y de la familia únicamente como consenso universal modificable, que da pie a muchos modelos de familia, todos equivalentes. He aquí un punto significativo de la desvinculación que surge al prescindir de quien es Creador y Padre. Deberíamos, pues, tener claro siempre en nuestro corazón que, cuando el ser humano quiere ocupar el lugar de Dios, se ve amenazado por la reducción a una especie animal más y víctima de nuevas máquinas. Para nosotros, siempre es una alegría el anuncio de Dios uno y trino, el anuncio del Evangelio de la familia y de la sociedad.

            Quisiéramos hacer a nuestros conciudadanos un anuncio concreto, un subrayado que suena de este modo:

-La dignidad de la vida humana. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?” (Sal 8,5).

-La consistencia de todo lo creado, salido de la mano de Dios y llamado a su plenitud. “Todo fue creado por Él y para Él (…) y todo se mantiene en Él” (Col 1,16-17).

-La llamada a compartir el consuelo que nosotros recibimos de Dios en las incertidumbres. “Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios– hablad al corazón de Jerusalén” (Is 40,1-2).

-La esperanza de sabernos en el abrazo del don inicial y eterno de Dios. “Dice el Señor Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso” (Ap 1,8).

            La Iglesia puede, pues, ofrecer la propuesta de una antropología adecuada a la experiencia humana elemental. ¿Cuál es esta? Que somos amados; que somos cuerpo y que podemos dialogar sobre este dato, porque nuestro cuerpo nos dice que hay una diferencia sexual –masculino, femenino– que tiene un sentido y que podemos reflexionar sobre él; que la conciencia de lo que somos, y de nuestras relaciones nos permite reconocer nuestro yo personal, familiar y social; que somos don, cuerpo-espíritu, cuerpo sexuado y sujetos miembros de un pueblo, es decir, personas relacionales y no individuos aislados; que no cabe una división entre problemas propios de la moral social y problemas de moral personal; que somos una libertad situada entre la verdad y el bien, pero que en nosotros esa libertad está herida por el pecado, a la que la fe católica ofrece redención.

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            Toda la cuestión antropológica está en el centro de la cuestión social. Queremos decir: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (…). Cristo…, es la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente al hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). El sujeto relacional, que somos, no ha de cerrarse en sus propios intereses, sino abrirse de nuevo a los demás e influir sobre la democracia y el papel del Estado. Podemos leer desde esta óptica Laudato si` y Fratelli tutti, las dos últimas encíclicas de Doctrina Social de la Iglesia, ambas del Papa Francisco.

            Termino con un subrayado de este instrumento de los obispos españoles sobre el que, en mi opinión, es urgente que reflexionemos con insistencia: la ideología de género, que se adentra cada vez más en el tejido social y lo distorsiona. Dios ha diseñado su proyecto de salvación en la naturaleza de la persona, al crear al ser humano mujer y varón. Dios escribió su lenguaje en el cuerpo humano. Es decir, la persona humana está hecha de tal modo que el matrimonio y la familia son uno de los lugares fundamentales en los cuales se revela y se realiza este plan de Dios. La masculinidad y la femineidad califican a la persona, son una cualidad de la persona humana y no solo del propio cuerpo.

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            Quiere esto decir que la persona humana existe como varón y mujer, lo que por un lado significa que fue creada para vivir en comunidad, y, a la vez, esa relación mutua con el otro, con el diferente, es una relación de amor y fascinación. Varón y mujer tienen necesidad el uno del otro para desarrollar su propia humanidad. De hecho, la diferencia sexual lleva consigo la complementariedad, que afirma: “No me basto a mí mismo, tengo necesidad de ti”. Incluso podemos decir que abrirse al otro sexo es el primer paso para abrirse al otro, al diferente, que es el prójimo, y de abrirse al Otro con mayúscula, que es Dios.

            Me preocupa que, tras nuestra mirada sobre la situación, los cristianos pensemos que los que formamos la Iglesia no somos también responsables de ella. De hecho, hay todo un apartado en el texto episcopal que habla de las carencias eclesiales que han favorecido y favorecen este proceso de apartarse de la antropología cristiana. Por ello, nada de presumir, porque nuestros fallos y pecados influyen también en cómo va nuestro mundo.

Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo.

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