Los últimos Papas han luchado denodadamente por animar a los fieles cristianos a una vida cristiana plena, atractiva para los demás, y a una vida activa con presencia en la sociedad en la que vivimos. Sin olvidar a ninguno de los Obispos de Roma, hoy quiero fijar mi atención en Benedicto XVI, recientemente fallecido. Como a tantos católicos, me impresiona su persona, su conocimiento de la verdad, su modo de plasmar escribiendo tantos aspectos de la fe cristiana. El tramo final de su vida, retirado en el silencio de los Jardines del Vaticano, nos ha edificado por su sencilla belleza.
Nosotros, los católicos actuales, hemos de dar respuesta al enorme desafío planteado por las filosofías racionalistas, incapaces de ir más allá de esta vida (trascendencia). Esa manera inmanentista de existir “como si Dios no existiera” ha hecho posible las llamadas sociedades “seculares”. La Iglesia y la vida de los cristianos ha sido afectada también, tanto en la filosofía y en la teología. Ese es un formidable desafío. Tal desafío es calificado por el Papa Ratzinger como “la gran pregunta” a responder. Él, como Papa, nos ayudado a responder a esa pregunta con su preciosa obra “Jesús de Nazaret”, aparecida entre los años 2007 y 2012.
“¿Qué ha traído Jesús en realidad?” Él nos dice también a nosotros lo que replicó a Satán, dijo a Pedro y a los dos de Emaús: que ningún reino de este mundo es el reino de Dios. Un reino humano es un reino humano, y quien afirma que puede construir un mundo paradisíaco consiente en el engaño de Satanás y pone el mundo en sus manos. Pero, entonces, ¿qué ha traído Jesús en realidad si no ha traído la paz mundial, ni el bienestar para todos, ni el mundo mejor? La respuesta de Benedicto XVI es sencilla: “Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo”.
Ahora conocemos el camino que, como hombres que viven en este mundo, hemos de tomar. Jesús ha traído a Dios y con ello la verdad sobre nuestro destino y nuestro origen; y la fe, la esperanza y la caridad. ¿Nos parece poco? El Papa dice que sólo por la dureza de nuestro corazón creemos que esto es poco. Sin duda que el poder del Señor es silencioso en este mundo, pero es el poder verdadero, el permanente; en su lucha contra Satanás Jesús ha vencido: a la divinización mentirosa del poder y el bienestar, a la promesa falsa de un futuro que, merced al poder y a la economía, proporcionará todo a todos. Jesús a esta mentira ha contrapuesto el ser Dios de Dios, Dios como el verdadero ser del ser humano.
Sin duda, la cultura dominante diviniza las capacidades humanas, al creer que éstas son capaces de construir un mundo suficiente para la vida humana en todos sus aspectos. En esta perspectiva, Dios en cuanto Dios resulta superfluo y carente de realidad. Para ello el mensaje cristiano y, en particular, la Sagrada Escritura es abordada con métodos modelados por estas ideologías, que excluyen la posibilidad de otra actuación verdaderamente divina que la propia actividad humana. De este modo, la mala utilización de los métodos histórico-críticos, más allá de las posibilidades que ellos dan para el estudio de la Escritura, han llevado y llevan a tantos, viene a afirmar el Papa Benedicto, a expurgar de los textos sagrados todo lo que suene a divino, y a rechazarlos.
Por ejemplo, que Jesús fuera Hijo de Dios, había de ser explicado para ser eliminado, porque estaba en contra de los presupuestos ideológicos del racionalismo inmanentista. De esta manera, se intenta entender a Jesucristo al margen de la Tradición viva de la Iglesia. Jesús, el profeta de lo humano, habría sido convertido por la Iglesia en un hijo de Dios al estilo de las divinidades grecorromanas.
San Pablo, por su parte, habría construido una imagen de Jesús alejada del simple y simpático predicador del Reino de la fraternidad y lo habría transformado en un ser divino glorificador del sufrimiento, más que predicador del amor. Según Benedicto XVI, todo este proceso acaba poniendo en manos humanas el principio y el futuro de la humanidad. ¿Con qué frutos? Véanse los ofrecidos por el siglo XX, con sus terribles guerras, que han traído al corazón humano la desesperanza creciente y la falta de fe no solo en Dios, sino en sus pretendidos sucedáneos terrenos.
Por el contrario, el Papa presenta un Jesús cuya verdad es la reconciliación de Dios con el hombre y del hombre con Dios en su persona divina. ¿Cómo lo hace? En el ejercicio de la llamada exégesis histórico crítica, con un cuidadoso discernimiento de su autenticidad, es decir, poniendo a prueba lo que haya en cada caso de resultado histórico o de presupuestos filosóficos racionalistas. Con otras palabras, Benedicto XVI utiliza un método histórico guiado por una razón abierta a la trascendencia.
El conocimiento completo, pues, de Jesucristo y de su identidad plena como revelador de Dios en su propia persona no ha sido dado a la Academia, sino a la Iglesia, a la comunidad de los testigos, los apóstoles y los santos, en la que se recibe la Escritura como Palabra de Dios y en la que se celebran los sacramentos, realización divina de la Palabras. Por tanto, quien quiera estar con Jesús en su verdad ha de ser una persona incluida en el gran sujeto que es la Iglesia. Es la exégesis teológica de la que habla en Concilio en el documento Dei Verbum.
Tal vez esta manera de acercarse a Jesucristo no le gusta a nuestra sociedad, que está “a otras cosas”, pero hay que elegir. De aquí la necesidad de formación bíblica, que no es tan complicada, pero que nos da la capacidad de comprender nuestra fe. Esa ha sido el gran servicio del Papa Ratzinger a la Iglesia, a nosotros, avalado, además por su testimonio de fe y de amor en su servicio como sucesor de San Pedro. Con magisterio caminamos en el buen camino sinodal.
Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo.
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