Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «Contemplar el belén»

Así invoca una antigua antífona litúrgica en los días previos a Navidad: “Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro” (Veni ad salvandum nos). Este es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto.

     Hermanos cristianos, hermanos todos: esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor, como dice el Salmo 40,3. Este nacimiento es la mejor noticia, o, mejor dicho, el principio de la mejor noticia, porque es el comienzo de la Pascua, la decisiva intervención de Dios en la Historia, haciendo que de la muerte salga la vida.

     Les propongo una contemplación del belén, nacimiento o “pesebre”. Al belén, que colocamos en tantos lugares en Navidad, le llamamos también “misterio”. Y es paradójico, ya que reservamos esa palabra, misterio, para referirnos al Misterio Pascual de Cristo. Misterio se dice en latín sacramentum; en castellano “misterio” describe el acontecimiento. Pues el caso es que en ese misterio captamos todo cuanto contemplamos en un belén o nacimiento, ya sea de barro, de papel, o de piedra. ¿Por qué no acercarnos este año, con mirada contemplativa, a nuestro belén, y así aprender a conocer un poco ese misterio? Lo interesante del misterio es que nos sigue atrayendo y que, además, nos educa. Del misterio-sacramento sabemos lo que Dios quiso revelarnos y la Iglesia nos enseña, teniendo como base el Evangelio. En nuestro nacimiento, ante el que queremos contemplar, todo lo demás lo tenemos que poner nosotros, para expresar con imaginación y arte lo que sentimos ante el acontecimiento del nacimiento de Jesús.

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     Un belén o nacimiento no es solo lo que pasó ni cómo pasó; un belén es lo que provoca en un creyente ese misterio de que el Hijo de Dios nazca hombre verdadero. Por ejemplo, me contaba un amigo sacerdote que a él de pequeño le extrañaba que su abuela pusiese en lo más alto de la cunita del Niño una cruz. Él no lo entendía, y yo creo que tampoco lo entienden hoy muchos niños y adultos: ¿qué hace una cruz en Navidad? Pero la abuela decía siempre: “Es un misterio y la Cruz no puede faltar en la representación del misterio: el que nace (Jesús), nace para morir”. Esa misma frase, o parecida, la volvió a escuchar cuando fue ordenado sacerdote: “El que nace, nace para morir”. Entendió entonces mejor a su abuela que, sin palabras, al poner una cruz en la cunita del belén estaba reflejando lo que quería decir el “misterio”.

     Otro ejemplo: los belenes napolitanos tienen a veces tres grutas: la gruta de Adán donde estaba la pareja primordial; la gruta vacía del sepulcro de Cristo, y, en primer plano, la gruta de Belén. Ésta proyecta la luz sobre la negrura del pecado (gruta de Adán) y nos abre la gruta vacía del sepulcro que es la Pascua. Contemplando belenes como éstos se entiende por qué los mayores no usaban la anodina expresión Felices Fiestas, que nada tiene que ver con la Navidad. Prodigaban un Felices Pascuas, ante el hondo deseo cristiano que se refiere sin duda al Misterio Pascual.

     Un belén no es, pues, una fotografía: tiene que contener una dialéctica. La negrura de la gruta se ilumina con la estrella de Jacob que será el símbolo que guía a los Reyes Magos. El belén tiene que tener un desierto y un vergel florido, porque el desierto significa la estación donde el ser humano se encuentra, y el vergel florido nos recuerda el paraíso de donde fuimos expulsados. La Biblia nos dice que Dios plantó un jardín en Oriente –lugar de donde viene la vida– y el pecado nos sacó hacia occidente, al desierto que es la muerte. Por eso, cuando hacemos aparecer un vergel en nuestros belenes, estamos diciendo que Jesús viene a introducirnos en el paraíso que habíamos perdido: el amor y la gracia de Dios.

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     En la ciudad de Belén no hay ríos ni lagos, pero los “belenistas” nos dicen que siempre hemos de colocar al menos un cristal o un papel de plata que simbolice el agua. Con eso no queremos reconstruir el retrato de lo que pasó, sino interpretar cristianamente lo que pasó. Cada uno de nosotros tiene una relación con ese belén en nuestra casa, nuestro colegio o parroquia, o nuestras plazas por medio del agua del Bautismo. Aunque en Belén no haya embalses de agua y el río Jordán se encuentre un poco lejos de la ciudad de David, en el belén tiene que haber agua, ya que Cristo me ha hecho cristiano por el Espíritu a través del agua.

     ¿En el belén cabe Papa Noel? A mi entender, no cabe. Pudiera estar san Nicolás, que anuncia el día 6 de diciembre con dulces y chuches la Navidad y trae regalos a los niños porque ha nacido el gran regalo: Jesús. Parece que los antiguos belenes italianos contenían también una serpiente, un caimán o un dragón, que venían a figurar a Satanás y a la insidia del pecado. Poner estos animales en el belén o nacimiento cerca del Niño quería significar que este Niño ya tenía poder de liberarnos del pecado.

     El buey y la mula (o un asno) no aparecen como tales en los evangelios de Mateo y Lucas cuando hablan del nacimiento de Cristo. Pero hay que mirar con ojos contemplativos lo que dice el profeta Isaías: “El asno conoce a su señor y el buey sabe dónde está el pesebre de su amo”. ¿Lo sabemos también nosotros, para quien Jesús nace? Nos conviene sobremanera. Los niños lo entenderán.

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     En un belén los ángeles se convierten en mensajeros y adoradores. Así son ejemplo para nosotros: con los pastores cantaban y alababan a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,13-14). Nosotros, cristianos y gente de buena voluntad, y los que hacéis belenes, somos ángeles, y cuando nos cansemos, no nos desanimemos, aunque envejezcamos. Decid más bien: “He gastado mi vida siendo un ángel, un mensajero, anunciando con la cabeza y con la mano lo más cordial que tenemos: el amor”. Para que otros vean plásticamente a Aquel en quien creemos. Pero también somos ángeles porque somos capaces de cantar lo que aquellos ángeles cantaron en Belén ante el Niño.

     Siempre podemos contemplar belenes; si además lo ponéis en vuestras casas, dais gloria a Dios en el cielo, y entre nosotros se haga memoria de la Presencia del Hijo de Dios. Somos hombres y mujeres que glorifican al Señor cuando hacéis que ni se vaya ni se pierda la memoria del Nacimiento de Jesús en una Europa que teme anunciar que es Navidad. El belén no molesta; el belén habla de ternura, de paz, y de un Misterio de Jesús y de la Virgen su Madre; también del signo que Dios nos da como luz para no perdernos. Lo mismo que la Cruz, aunque ésta sea con otra ambientación. ¿Por qué molestarán a algunos el belén y la Cruz?

¡Feliz Navidad!

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo

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