Firma invitada de don Braulio Rodríguez, arzobispo emérito de Toledo: «Navidad»

Fue hace más de 2.000 años, en tierra de Israel. Una pareja joven camina por la ruta rocosa y llena de curvas que va de Nazaret, en Galilea, a Belén en Judea. Belén se encuentra a unos 7 km al sur de la capital, Jerusalén. Recorrieron unos 140 km. Los viajeros de que hablamos son unos casi recién casados. Hace unos seis meses (cfr. Lc 1,56) que José, después del contrato de matrimonio, ha introducido a María en su casa con el ceremonial festivo de la tradición judía. Pero ¿por qué se han puesto en camino, de manera incómoda, si están esperando un Niño? Él es un hombre robusto, un carpintero, acostumbrado a llevar maderos y a manejar sus herramientas. No parece tener más que 20 años. Se llama, en efecto, José. Ella quizás tenga unos 15. No puede ocultar, bajo sus gruesos vestidos, que espera un niño. Su nombre es María. Espera un niño al que llamará Jesús.

Es posible que tengan un burro para el camino. Se pusieron en marcha por lo del censo, pues César Augusto, allá en Roma, ordenaba que todo el mundo había de empadronarse, cada uno en su ciudad (cfr. Lc 2, 1-5). José y María conocen, en grados diferentes, el misterio de este Niño. Les ha sido revelado como Mesías e Hijo de Dios, en unas condiciones sorprendentes, sin duda, y accidentadas. Pero todo niño, varón o mujer, es misterio.” ¿Qué será, pues de éste?” (cfr. Lc 1,66). Él, que viene de lo Alto, es misterio más que cualquier otro. Y es que han recibido José y María, cada uno a su tiempo, por separado, no sin que se planteara debate ni problema, la llamada de lo Alto, que les comprometía, cada uno a su manera, nada menos que en el acontecimiento crucial de este mundo: el nacimiento del Hijo de Dios.

  Los dos caminantes –pobres, pero ricos de Dios, inseguros, aunque en paz– no meditan sobre este pasado próximo más que para construir el futuro, día tras día. Durante el camino, un día pasan la noche en algún pobre albergue; otro tal vez en casa de un amigo; otro en algún caravasar, la tosca posada de entonces. ¿Y qué van a encontrar en Belén para, como se dice, “el feliz acontecimiento”? Se apresuran a Belén, lugar del empadronamiento. Pero allí comienzan nuevos problemas: “No hay para ellos en ese lugar común del caravasar de Belén”, según Lc 2,7. Esto indica que una cueva fue el lugar del alumbramiento. Jesús, el Salvador, nació de noche, atestigua Lc 2,8, en una noche fresca en invierno, a 700 metros de altura, que según la tradición cristiana celebramos en el solsticio: el 25 de diciembre. Era entre el año 7 y el 1… antes de Jesucristo, puesto que la era cristiana fue mal datada en la Edad Media. No hubo más testigos que José. El Evangelio no dice más del nacimiento que de la resurrección, asimismo nocturna y secreta.

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Este puede ser el relato sencillo del Nacimiento de Cristo. Un suceso increíblemente sencillo sin duda, pero que divide la historia de la humanidad entre antes y después de Jesús. Jesucristo es la figura capital de la historia universal. Él ha cambiado la faz del mundo, no solo del espiritual y religioso, sino también del cultural, moral, político. Él ha ido suscitando, de generación en generación, santos que constituyen el honor de nuestra civilización, porque la experiencia de Dios los ha hecho expertos en humanidad. Pobre y siervos de los pobres: desde san Francisco de Asís a san Vicente de Paul, desde santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Francisco Javier y otros grandes misioneros y defensores de la paz a Madre Teresa de Calcuta. Podemos hablar también de los grandes Papas, de místicos, de matrimonios santos, monjes y vírgenes, fieles laicos y consagrados, que son la mejor prueba de la existencia de Dios y de lo que supuso la encarnación y el nacimiento de Jesús.

Siendo esto así, ¿por qué desde hace ya algunos siglos, y también en la actualidad los best-sellers se cuentan por decenas que reducen a Jesús, en grados diferentes, a un esqueleto, a una caricatura, o incluso a veces a nada, ya que hasta un buen número de listos han persuadido, por ejemplo, a gran número de europeos de que hasta su existencia es dudosa? Yo estoy altamente persuadido de que la historia de Jesús está sólidamente establecida; y que esto es posible también para quienes no estén cegados por prejuicios racionalistas o idealistas. En opinión de muchos expertos en teología, pero también exegetas que utilizan los métodos histórico-críticos sobre los textos de los Evangelios, los datos sobre la vida de Jesús son perfectamente asumibles, históricos. Otra cosa es creer en Él, que es gracia de Dios y decisión del hombre a la vez. Pero a muchos “sabios” que han escrito y escriben best-sellers les importa menos demostrar que mostrar a Jesús, ignorado en una gran medida.

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Yo también he analizado estos textos del Evangelio con el método histórico-crítico. Y me han persuadido y revelado, siempre y cada vez más, la luz, la calidad, la coherencia de estos textos, que han resistido, desde hace 2000, y especialmente desde hace un par de siglos, tantas crítica y sospechas sistemáticas. Las sospechas pasan. El Evangelio permanece. Pero ahí está esa exegesis liberal que, desde hace más de un siglo, disocia artificialmente el Jesús de la historia del Cristo de la fe: desde esta perspectiva, el Jesús de la historia no es nada. Y el Cristo de la fe es el sueño de los creyentes, que son los que han fabricado, dicen, esta sublime figura cultural, que, como tal, no hace daño, si lo arrinconamos en un lado, o lo utilizamos cuando conviene, según nos convenga.

El acontecimiento capital de la humanidad queda así reducido a nada, cargado a la cuenta de las pulsiones y de las construcciones de una comunidad exaltada, que le ha hecho hijo de una virgen, autor de milagros y, finalmente (ya más tarde), Hijo de Dios y Dios mismo. Así, hay quienes se ha encarnizado en estudiar a Jesús apagando la luz de la fe y toda connaturalidad o simpatía con Él. Pero eso es tan absurdo como apagar la luz para estudiar una obra de un genio de la pintura o reparar una obra de arte.

Hace falta una luz especifica (material, metodológica, intelectual) para el estudio de cada realidad. Es preciso un mínimo de luz espiritual para comprender los Evangelios, que han sido escritos por creyentes, para creyentes, en el seno de la comunidad de fe; del mismo modo que hace falta no ser ciego o daltónico para percibir bien y analizar una pintura, y un mínimo de sentido musical para comprender a Mozart, Bach, T. Luis de Victoria o Gustav Mahler.  El problema para el que no cree ni tiene simpatía por Jesús es que Él pertenece a las raíces humanas y divinas de la humanidad: “Todo se hizo por Él”, dice Jn 1,3.

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  Sin embargo, hasta los que nada saben de Él guardan una secreta nostalgia de su persona. Y en tantas ocasiones copian su Santa Faz, como hicieron antaño los hippies. Como cualquier hombre o mujer, también ellos esperan oscuramente un Salvador. Presienten que es Él, tienen una nostalgia secreta de Él. Jesús se vende bien, y bien que lo saben los medios y recurren a esa mina permanente de dinero en Navidad, tantas veces sin profundizar ni siquiera un poco en lo que Jesucristo es. Es cierto que Jesús irrita, da miedo, pero atrae más de lo que parece.

¿Por qué, pues, tantos miedos en los discípulos de Jesús en anunciarle, en llevarle a Él a los que están lejos, o no han tenido la posibilidad de conocerle sin prejuicios? Vive tu fe en Navidad, vive la primera venida de Cristo, para preparar la última, por medio de esas otras venidas a nuestra disposición del que está Resucitado y Vivo. Goza de Él, llénate de su alegría sin par: su Madre nos lo presenta para adorarle y mirar la existencia de otra manera.

+Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo Emérito de Toledo

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