Desearse felicidad con motivo de una fiesta o acontecimiento social es un gesto de amabilidad, cordialidad y buen corazón. Por ejemplo, en torno al final del año, en todo Occidente se celebra la Navidad, y en casi todo el mundo el Año Nuevo, por esto es frecuente que nos intercambiemos deseos entre todos de una Feliz Navidad y un Feliz y próspero año nuevo, algunos recogen todo en una sola frase y desean Felices Fiestas, englobando todas las celebraciones en un solo deseo.
Si, además, nuestra felicitación viene motivada por una celebración compartida, sentida de modo gozoso por ambas partes, el felicitado y el felicitador, será un motivo de especial hermandad y mutuo gozo. Así, felicitarse la Navidad entre cristianos es además un motivo añadido de gozo fraternal.
Pero si se trata de una fiesta cuyo contenido deja indiferente a algunas de las partes, felicitarse sigue siendo un signo de buena educación y de deferencia al otro, deseándole lo mejor, aunque lo que celebran no sea algo que resuene de ninguna manera en el corazón de uno de ellos. Así, creyentes de distintos credos se intercambian felicitaciones en las festividades propias de cada fe, o mandatarios de diversas naciones se felicitan mutuamente en torno a las fiestas patrias de cada otro, prevaleciendo la buena cordialidad por encima de disputas o enfrentamientos en tiempos pasados.
Otro caso muy distinto es si una de las partes se siente directamente ofendida por el acontecimiento que da sentido a la celebración. En ese caso, procede evitar la felicitación, incluso apuntar la corrección si se considera oportuna, en caso de que se esté celebrando algo objetivamente malo; incluso llegando a la denuncia, si lo que se celebra es algo claramente delictivo. Así, no cabe en un buen corazón felicitarse por un robo o por un asesinato, por el recuerdo de una masacre o por el aniversario de un hecho despreciable.
Pero, en estas fechas nos encontramos con una cuarta tipología realmente sorprendente, gente que se siente ofendida por la Navidad. En este caso, no solo se evita pronunciar una felicitación navideña, incluso se prohíbe, con la excusa de no ofender a otros. Autoridades y comunicadores sociales, no se sabe bien si contagiados entre sí o temerosos unos de otros, eluden referirse a la Navidad y transmiten esa misma actitud a sus subordinados. Curiosamente, muchos de ellos no tienen reparos en felicitar el Ramadán o el Nuevo Año Chino. ¿Qué los lleva a comportarse de ese modo? ¿No es una nueva forma de intolerancia?
La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús, en una pobre cueva, en un pequeño pueblo, en precarias condiciones (como muchos niños actualmente). Esta fiesta se asocia al reencuentro familiar, al cuidado y la felicidad de los más pequeños de la casa, que reciben regalos (y no solo ellos). Pronto recogió los símbolos del triunfo de la luz sobre la oscuridad, de la humildad sobre la soberbia. Se comparte el deseo de perdón y conciliación y el deseo de «paz a los hombres de buena voluntad». ¿Qué puede tener este mensaje de ofensivo?
Para los creyentes, que ven en Jesús la figura de Dios encarnado, es la expresión de la ternura de Dios, que no se conforma con ver al ser humano desde su distancia todopoderosa, sino que se hace uno de nosotros, débil, dependiente y sufriente, pobre y humilde. Uno puede rechazar esta visión e ignorar su sentido, pero no es racional ofenderse por la felicidad de los que han descubierto en este niño Dios el sentido amoroso de sus vidas.
Por eso, a los cristianos, creyentes de otras religiones, indiferentes, enojados, ofendidos, confundidos y cascarrabias varios, os deseamos a todos Feliz Navidad y Felices Fiestas todas.
GRUPO AREÓPAGO
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