Todos conocemos ya a Nadia, una niña afectada por una enfermedad rara. En 2008 su padre puso en marcha distintas campañas solidarias para recaudar fondos que fueran destinados a la investigación y a la curación de la enfermedad de su hija. Muchos fueron los medios de comunicación que se hicieron eco de la enfermedad de Nadia, y muchas fueron las personas anónimas que realizaron donativos económicos para esta causa.
Las últimas noticias, que nos llegan, tratan sobre una presunta estafa que el padre de la niña ha realizado, pues la ayuda económica obtenida estos años ha sido gracias a la solidaridad y generosidad de cientos de personas. Sin embargo esa ayuda se ha destinado a otros fines que no han sido la curación de Nadia.
El padre ha mentido a toda la sociedad, a personas que se han empatizado con él y han hecho sus donativos; ha estafado no sólo a su familia, y hasta a su propia hija, sino a todos los donantes. Ha jugado con la generosidad, el corazón y las emociones de las personas e instituciones que se han implicado en la causa. No es la primera vez que tenemos noticias sobre estafas solidarias. Pero estos hechos no pueden hacernos ser menos solidarios, no pueden impedir que sigamos colaborando con los más necesitados, con los más vulnerables, como son los pobres y enfermos.
En la Doctrina Social de la Iglesia, la solidaridad es uno de los principios fundamentales. San Juan Pablo II lo presentó como principio social y virtud moral. Frente a un mundo de desigualdades y de miseria, la solidaridad debe ser uno de los pilares de nuestra vida.
La solidaridad va unida a la caridad, pero no sólo cuando se están acercando las fechas navideñas donde el corazón parece que se ablanda, entrando en el espíritu navideño de ayudar a los demás, aunque a veces nos encontremos con quién juega con nuestro corazón y nuestros sentimientos.
Grupo AREÓPAGO
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