El dedicarse a una profesión, tener un puesto de trabajo y ganarse el pan con el sudor de la frente es fruto, en muchos casos, de años de preparación y formación, a la vez que del esfuerzo, dedicación y actitudes que ponemos en nuestro día a día. Vivimos en un mundo laboral en ocasiones frenético, cambiante y muy competitivo. Una vez acabada la jornada laboral, tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos satisfechos y orgullosos de nosotros mismos o, como se dice actualmente, desarrollados profesionalmente.
Pero, finalizado el trabajo, ya en el hogar, nos espera la familia, que nos exige un esfuerzo, dedicación y actitudes no menores que las del trabajo. Por lo tanto, puede que surja en nosotros la sensación de que veinticuatro horas son pocas en un día y que es un serio problema no poseer el don de la bilocación.
Altas responsabilidades, el miedo al despido, falta de comprensión, horarios complicados, alargados y con falta de flexibilidad, son en muchos casos los obstáculos que han de solventar padres y madres de familia que viven entre las tareas del trabajo, el colegio de los niños, actividades extraescolares, deberes o inesperadas enfermedades infantiles, consolidándose un estilo de vida agónico por la misma dificultad de no poder conciliar esos dos aspectos tan cruciales, como son la familia y el trabajo.
Nuestra sociedad, con el objetivo de lograr el progreso, se ha preocupado de suministrar el afán de desarrollo profesional a sus individuos, aumentando su preparación, pero se ha olvidado de otro aspecto trascendental como es su desarrollo en una familia y su responsabilidad dentro de ella. Aunque ha buscado, muy acertadamente, la incorporación de la mujer al mundo laboral, se ha olvidado de encontrar el modo de compaginarlo con su maternidad; a pesar de que el hombre tiene menos dificultades en su integración en el mundo laboral, se siguen descuidando las implicaciones que conlleva ser padre; en uno y otro caso, mientras que nos hemos preocupado de lograr profesionales preparados y cualificados, hemos dejado de lado su sustento emocional y vital. Como consecuencia de todo ello, hoy por hoy, desarrollo profesional y desarrollo familiar se presentan como dos antagonistas dentro de un estilo de vida frenético, de tal modo que, tarde o temprano, situando a la persona entre la espada y la pared, llegará el día en el que tenga que elegir entre uno y otro.
Todo nos hace indicar que seguimos sin comprender el papel de la familia en las personas y en la sociedad. No tenemos porqué renunciar a desarrollar nuestras habilidades y capacidades en un puesto de trabajo, pero tampoco podemos ni debemos renunciar a la experiencia de ser papás y mamás. Entre otras cosas porque tener una familia y un trabajo para sustentarla no debe ser un problema. El auténtico progreso social pasa por saber conciliar vida familiar y vida laboral.
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