Muchas flores, vestidos y peinados de gala, fotos, invitaciones para comer con barra libre indefinida, castillos hinchables y payasos. Entrar hablando para seguir comentando. Dejarse llevar por el impacto que la estética provoca sobre la sensibilidad para aclamar a gritos …
Conseguir estos fines requiere un medio: euros. ¡Qué terror si no sale todo bien! Acabado el momento, queda en una foto y en el descanso de haberse quitado una carga de encima. Si esto son las fiestas, ¡pobre humanidad! Pero la dictadura del relativismo nos conduce a que “todo sea relativo al bienestar personal, y para ello debes comprarlo”.
Probablemente los lectores reconozcan en esta ilustración el noventa por ciento del ambiente que envuelve la celebración de los Sacramentos . El diez por ciento que no se ve consiste en el motivo de la fiesta que el cristiano coherente se dispone a vivir.
Los sacramentos realizan “hoy” lo que significan. Una primera Comunión consiste literalmente en recibir a Jesús, Dios y hombre, que amó tanto a cada hombre, que se le dio por entero; y depositó su entrega en pan y vino, para poder alimentar con su amor el amor de cada hombre. La realidad de todo sacramento es “el acontecimiento de Jesús que se hace presente hoy” en la vida de quienes lo reciben.
El cristiano es consciente de estar recibiendo un bien tan enorme, que le desborda y que no merece en absoluto, pero al que es invitado por un Dios que se adecúa al ser humano para humanizarlo. Y en el corazón del “invitado” la celebración misma del sacramento se convierte en una fiesta, admirado por el realismo histórico en el que Dios se le está haciendo presente.
Esta experiencia es la que se comparte y expresa después con los amigos, en la comida, con algún regalo. El cristiano no excluye “lo cortés” de “lo valiente”, simplemente pone las cosas en su sitio.
Grupo AREÓPAGO
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