“Popular” significa “del pueblo”. Contrasta tanto con “populista” como con “despótico”, ya que éstos proceden sirviéndose del pueblo, o sirviendo al pueblo, pero sin otorgar a los miembros del pueblo su propia dignidad.
El primer populismo moderno, nacido en Francia, cuando hubo de elaborar su propia Constitución, pronto alteró su lista de fundamentos (libertad, igualdad y fraternidad), permutando uno de estos tres principios por el de “propiedad”. La propiedad la consideraron un “medio” tan esencial que legislativamente podría permutarse por alguno de aquellos tres principios. “Propiedad” no fue el lema del pueblo mientras la toma de la Bastilla.
La reacción histórica del despotismo ilustrado, una vez caído Napoleón, incluyó entre los fines del uso del poder al pueblo: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”.
El cristianismo descarta el poder como principio, medio esencial y fin necesario en su vivencia. Su principio es la dignidad del hombre libre; su medio esencial es el servicio fraterno y pacífico; su fin es el amor, que urde comunión y concordia.
Un cristiano que representa y guía a todos los cristianos solicita la colaboración libre de cada miembro de esta comunidad para aliviar el inmenso sufrimiento del pueblo de Ucrania, de Siria o de Oriente Medio, que desde hace ya tres años ha perdido la paz. Contra el populismo, los cristianos aportan libremente de su propio pecunio para aliviar a sus hermanos que sufren. Contra el despotismo, el Papa ni obliga ni oprime a nadie, sino que solicita la colaboración libre de un pueblo, “el Pueblo de Dios” lo llama el Concilio Vaticano II, para ayudar a otro pueblo.
El sufrimiento es más popular que la propiedad y el poder. Sólo es más fuerte, y por tanto más digno del pueblo, el amor verdadero.
Grupo Areópago
Deja un comentario de forma respetuosa para facilitar un diálogo constructivo