A lo largo de toda la historia de la humanidad, los avances técnicos siempre han tenido un valor ambivalente. Desde la invención de la rueda, el fundido del bronce o el hierro, la palanca o las técnicas de navegación, el ser humano ha tenido en su mano decidir si las usaban para un fin bueno (el progreso de la vida humana) o para un fin malo (la destrucción de la vida humana). El avance de la sociedad y la propagación de las guerras han estado muchas veces provocadas por el dominio de un nuevo material o una nueva tecnología y por las decisiones morales de las personas que se enfrentaron a ese reto. Esta tensión forma parte de la dimensión moral del ser humano y la podemos encontrar en cualquier época y actividad.
Ya en el siglo XIX, y más claramente en el siglo XX, los poderosos avances de la ciencia y de la técnica han creado un nuevo reto al proponerse la propia tecnología como fuente de sentido. Algunos pensadores alertaron del peligro del maquinismo, por el que la herramienta deja de estar al servicio del ser humano y es el ser humano el que se pone al servicio de la herramienta. En el siglo XXI la tecnología se ha popularizado hasta extremos insospechados. El dilema moral no es ya exclusivo de los ingenieros o los gobernantes, es de todos, también de los débiles y los indefensos, de los adultos y de los niños. El papa Francisco ha denominado este problema como el “paradigma tecnocrático”, advirtiendo del riesgo de deshumanización por la dependencia (hasta un extremo adictivo) de la tecnología y por reducir la relación con todo lo que nos rodea (cosas, personas y grupos sociales) con una actitud utilitarista contagiada por el hábito tecnológico.
Recientemente, algunos tecnólogos están llegando aun más allá, proponiendo la tecnología como liberadora del temor de la muerte. “En 2045 vamos a ser inmortales gracias a la inteligencia artificial”, “pronto llegará la muerte de la muerte”, son algunas de las frases con las que se anuncian los profetas de esta nueva religión.
La tecnología, que tanto ha hecho por el progreso de la comunidad humana, se está convirtiendo en una amenaza de deshumanización, reduciendo nuestra transcendencia a un puñado de algoritmos.
GRUPO AREÓPAGO
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