Sobrepasados

“Cada día tiene su afán”. Una frase que hemos oído o pronunciado en numerosas ocasiones para transmitir la idea de que no hemos de agobiarnos por el futuro ni preocuparnos en exceso por lo que pueda suceder, pues son muchas las cuestiones del presente que necesitan de nuestra atención y porque ello produciría en nosotros una sensación de imposibilidad de abordar todo lo que tenemos por delante.

Referida la expresión a lo social, podemos coincidir en el hecho de que no es fácil tratar de hacer realidad este dicho popular, y menos aún en un momento como el actual, donde el ritmo de vida no deja de incrementarse y en el que, además, las noticias relevantes son tantas y tan impactantes, que resulta imposible interiorizarlas, asumirlas, reflexionar sobre ellas y reaccionar en consecuencia.

Nos sucede cotidianamente. En el mismo día en el que estamos empezando a valorar el resultado de unas importantes elecciones autonómicas y municipales, recibimos la noticia de un adelanto electoral y de una nueva convocatoria de elecciones, esta vez generales; en plazos muy breves de tiempo se aprueban normas que impactan radicalmente con la concepción occidental del ser humano que ha estado vigente durante siglos, como la legalización de la eutanasia, la autodeterminación de género o el aborto; crece la deuda pública del país hasta comprometer seriamente a las generaciones futuras y  al mismo tiempo aumenta el gasto público y, con él, la necesidad de mayor financiación del Estado y su consecuente vulnerabilidad; el impacto de las técnicas y herramientas de inteligencia artificial aumenta exponencialmente con el riesgo de invertir la relación entre ser humano y técnica hasta convertir al primero en dependiente de la segunda; la guerra de Ucrania sigue vigente aunque casi nadie hable de ella. Son simples ejemplos sobre cuestiones de máxima actualidad que evidencian la incapacidad de la sociedad y de los medios de comunicación de ofrecer espacios para la reflexión compartida sobre cuestiones fundamentales que deberían preocuparnos y ocuparnos.

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Estamos sobrepasados. Empezamos a rebasar el límite de la capacidad de asumir lo que ocurre a nuestro alrededor. La situación nos supera.

El problema que todo ello genera es que no hay debate social real y, por tanto, tampoco participación activa de los ciudadanos en la vida pública. No somos capaces de valorar el impacto de lo que se anuncia o de lo que sucede a nuestro alrededor –y que, no lo olvidemos, nos afecta a todos– y mucho menos de entrar en diálogo ente nosotros. Ello genera inercias negativas: pasividad, indiferencia, desapego, falta de contestación colectiva ante decisiones injustas, insolidaridad. Todo lo que no nos afecte personalmente nos importa poco. Como mucho, nos indignamos unos minutos, lanzamos algún improperio, ponemos un comentario en nuestra red social favorita, y pasamos a otra cosa. No nos duele lo que es objetivamente negativo, aunque no guarde relación directa con nosotros a nivel personal.

Todos los miembros de una sociedad –y no sólo quienes ostentan la representación política– estamos llamados a participar activamente con el fin de contribuir a la búsqueda del bien común; tenemos la obligación de ejercer, libre y responsablemente, nuestros derechos como ciudadanos, que van más allá de votar cada cuatro años (o, incluso, cada dos meses); somos titulares de un derecho fundamental, que deberíamos concebir como irrenunciable, a colaborar en la vida pública, compartiendo nuestra visión de las diferentes cuestiones que se plantean, y dialogando con todos, con independencia de que piensen como nosotros o difieran de nuestra posición.

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Pero ello exige responsabilidad también de nuestros políticos, de nuestros medios de comunicación, de quienes tienen el mandato de adoptar decisiones relevantes para la colectividad.

Haríamos bien en pararnos un poco y mirar la realidad con detenimiento, valorando las repercusiones que pueden tener los diferentes anuncios, noticias, acontecimientos, para todos nosotros, compartiendo nuestra preocupación, nuestra inquietud y nuestra visión con quienes nos rodean, comprometiéndonos a mejorar esa concreta realidad cuando ello está a nuestro alcance.

Lo dicho: cada día tiene su afán. Pero no podemos renunciar a ocuparnos de él.

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