La grave crisis que la pandemia ha producido en nuestra sociedad está retratando a nuestros representantes públicos. Los que tenemos algunos años recordamos la grandeza humana de quienes hace 40 años tomaron el timón de nuestro país y guiaron de forma pacífica el proceso de transición. Vivimos un proceso de construcción nacional, reconciliación que cerró, al menos lo habíamos creído, las heridas de los siglos XIX y XX en nuestro país: las tensiones territoriales, las divisiones ideológicas. Realmente asistimos y construimos juntos un renacimiento de nuestra nación.
Los años, las corruptelas propias del poder, los pactos para mantener el gobierno, la corrupción generalizada durante los primeros años de este siglo XXI y la pérdida del sentido transcendente de la vida, nos han llevado a una situación de crisis moral grave. Algunos califican este momento como quiebra de humanidad. Hemos asistido, muchos de nosotros perplejos, al resurgir de los nuevos populismos de un lado y de otro. Nuevos partidos que traen ideas viejas que rompen, dividen y enfrentan; quieren hacernos creer que estamos unos contra otros. Y, en medio de esta crisis, ha llegado la pandemia que nos está ayudando a cribar y conocer bien las posturas de unos y de otros. Estos días los líderes de los partidos populistas de un signo y de otro han hablado de la llamada que el Papa Francisco ha hecho a los líderes mundiales para reconstruir la sociedad después de la pandemia. Unos han querido ver en el discurso del Papa un firme defensor de esa renta vital mínima que defienden y los otros insinúan que el Papa toma partido por una concepción bolivariana de la sociedad.
Quienes leemos al Papa entendemos que unos y otros están leyendo sus palabras con el prejuicio de la ideología ¿puede el Papa (la Iglesia) expresar sus opiniones sobre la situación social actual? La respuesta es que puede y debe hacerlo, recordando, como enseñaba San Juan Pablo II, que el camino de la Iglesia es el hombre concreto, en sus actuales circunstancias. Claro que preocupan al Papa, y a todos los bautizados, la multitud de personas que nuestra sociedad ha descartado y dejado a un lado; claro que debemos pedir a la sociedad que ayude a quienes carecen de lo necesario para vivir y les facilite el acceso a una vida digna; esto no es pedir una renta mínima de forma vitalicia, es solicitar una ayuda de emergencia para la persona y demandar a las sociedades que creen las condiciones para que todos puedan tener un trabajo que les permita vivir dignamente.
Hoy deberíamos pedir a nuestros líderes que dejen a un lado sus intereses personales y el deseo de sacar rédito político insultando al contrario y fragmentando la sociedad. Nuestros líderes, como los padres de la Constitución de 1978, deberían ponerse ya a trabajar para construir juntos el país después de la pandemia. ¿Será posible? Si ellos no son capaces que dejen paso a otros con altura de miras que lideren la reconstrucción moral de nuestra sociedad.
GRUPO AREÓPAGO
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