Por qué

Han transcurrido treinta años desde que los Jefes de Estado o de Gobierno de las naciones participantes en la Conferencia celebrada en París sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa –incluida la llamada en aquel momento Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- levantaron acta del fin de la Guerra Fría con su célebre “Carta de París para una nueva Europa” en la que se afirmaba lo siguiente: “Nos hemos reunido en París en una época de profundos cambios y expectativas históricas. La era de la confrontación y de la división de toda Europa ha terminado. Declaramos que nuestras relaciones estarán fundadas en el respeto y la cooperación”.

¿Qué ha tenido que suceder en estos pocos años para que en nuestro territorio europeo se rompa este pacto institucional y se produzcan las escenas de horror y dolor que estamos viviendo con la invasión de Ucrania por parte de uno de los países que firmaron aquel acuerdo? Y al mismo tiempo también nos preguntamos qué ha pasado o está pasando en el mundo para que se olviden los estragos de las guerras  que en tiempos no muy lejanos –y actualmente en muchos lugares del mundo- producen muerte, terror, destrucción, éxodos masivos de población… en una palabra, barbarie y sufrimiento humano, especialmente para las personas más indefensas, niños y  ancianos. ¿Por qué este olvido?

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Es la pregunta que se ha hecho siempre y se hace en la actualidad el hombre sobre el misterio del mal en el mundo. Nuestra búsqueda a esta pregunta, que no deja de tener una fundamentación religiosa, sin embargo atañe a todos los hombres de buena voluntad que de alguna manera o de otra se  están haciendo esta misma pregunta.

El hombre de la llamada modernidad ha absolutizado tanto la razón instrumental que ha dejado en un segundo plano la razón humana compasiva. La revolución científica de la época contemporánea ha creado en la sociedad una mentalidad técnica que indudablemente ha propiciado un gran avance en muchos ámbitos de nuestra vida material convirtiéndose para muchos en la única fe razonable, la fe ciega en la ciencia y la tecnología. Consecuentemente esta mentalidad se ha transformado en ideología cultural que afecta a nuevos e importantes planteamientos antropológicos. Uno de ellos es el transhumanismo que se concreta en la afirmación del poder del hombre, capaz de superar cualquier límite de nuestra condición actual. El hombre quiere ser dios desde la convicción de conseguir todo lo que se propone. En este planteamiento antropológico aparecen con facilidad situaciones de dominio, del uso de la fuerza y del descarte de los más débiles; y desaparece la razón compasiva y el paradigma de la solidaridad que mira al hombre como hermano y no como enemigo o producto de dominación. Todos los conflictos bélicos actuales y concretamente el de Ucrania son una manifestación expresa de esta cultura ideológica del poder, del descarte y de la indiferencia, en la que las personas somos números  a merced de lo que dispongan los que tienen la fuerza. En esta cultura que ha absolutizado la razón instrumental se reniega de cualquier planteamiento religioso sobre Dios sin caer en la cuenta que el negar a Dios trae como consecuencia también la negación del hombre.

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El Papa Francisco en su “carta magna” sobre la fraternidad y en su primer capítulo que habla sobre las sombras de un mundo cerrado, ofrece una muestra anticipada del porqué de esta atroz guerra inhumana que está asolando un país y está llenando de tristeza y lágrimas a hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. Hombres y mujeres que intentan responder con la oración y el compromiso a la llamada que desde el principio de la historia surge de la conciencia religiosa del hombre: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho de él?

GRUPO AREÓPAGO

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