Cuando te internas, aunque sea someramente, en la selva de las redes sociales, encuentras todo tipo de mensajes, reflexiones y ocurrencias acerca del coronavirus, esa pandemia que ha sobrevenido sin pedir permiso y de modo cruel. He leído consideraciones sobre fin del mundo y coronavirus; también veo relacionada la pandemia con lo que supuestamente dijo la Virgen en esta o aquella aparición suya no reconocida por la Iglesia. Ustedes ya conocen esas supuestas apariciones y cómo hay que entenderlas. Pero hoy quisiera hablar un poco de la omnipotencia de Dios y el covid-19, porque aquí las preguntas son más o menos éstas: ¿Cómo puede permitir Dios que nos haya sobrevenido la pandemia? ¿Cómo entender el dolor de tanta gente que, sin culpa, ha muerto por covid-19? ¿Por qué ha sucedido esta catástrofe dramática? ¿No puede Dios cambiar las cosas?
Se dan, por supuesto, respuestas de todo tipo a estas preguntas. Quiero considerar una reflexión concreta, que quiere ser también respuesta, sobre la llegada del coronavirus. La he visto y escuchado en algún video de los tantos que proliferan en estos días en la red. La cuestión está planteada de este modo: aquel que acepta la existencia de Dios como Señor omnipotente acepta que Él ha creado todo y permite todo lo que sucede, también el coronavirus. Reconocer, sin embargo, esta omnipotencia de Dios también en este suceso de coronavirus poco soluciona. Pero entonces, se continúa, la explicación de lo que está ocurriendo o de otras catástrofes similares es sencilla: si Dios las permite es o como castigo a nuestros pecados o como prueba para los justos. Menos mal que se ha dicho que, al estar el Señor en el origen de todo, ¡Él solo permite el mal, pero no es su autor! ¿Es esta una solución? Poca solución y demasiado fría, como venida de un Dios lejano. Y, ¿qué pasa con los no creyentes ni aceptan la omnipotencia de Dios? ¿y con los débiles en la fe o quienes no tienen ocasión de debatir porque la vida no les da para más? Se nos antoja un tanto academicista.
Nada o muy poco tiene que ver esta imagen de Dios con el Dios verdadero, cuyo Hijo nos ha mostrado en el misterio cómo es el Padre. Cierto que algunos Salmos o textos proféticos afirman que Dios está en el origen de todo lo creado y de todo lo que sucede, siempre que se entienda la afirmación con su contexto. El libro de Job es, por supuesto, mucho más adecuado para hacer ver las razones del sufrimiento del justo. Pero lo que la Revelación muestra de Dios, sobre todo en el Nuevo Testamento, está muy lejos de una mera aceptación de que lo malo que me sucede o tenga que ver únicamente con el castigo por mis pecados o acontezca para probarme de modo exclusivo. No es preciso muchos argumentos contra esta afirmación: basta mirar a Jesucristo, a sus hechos y palabras que son los Evangelios; o considerar sus parábolas, sobre todo las tres que narra Lc 15. La del hijo pródigo nos muestra cómo es Dios con sus hijos. Oigamos también las palabras de Jesús en la cruz pidiéndole al Padre perdone a los que le crucifican, “porque no saben lo que hacen”. Hay en Dios algo más que justicia: hay misericordia porque es Padre, hay amor, aunque sus hijos no le hagan caso; es otra manera de acercarse a ese Dios Padre que ha entregado al Hijo por los pecados de los hombres; y no hay venganza. Además, no hay que confundir la ira de Dios, de la que hablan el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, con la venganza. Es preciso ser muy cautos cuando hablamos de estos temas.
Quiero traer aquí unas palabras de san Gregorio de Narek (aproximadamente hacia 994-1010), monje y poeta armenio: “Dios misericordioso y compasivo, amigo de los hombres, cuando tú hablas nada hay imposible. Incluso aquello que parece imposible a nuestro espíritu. Señor Jesucristo, luz y dador de la luz, no te alegras del mal, no quieres que nadie se pierda, ni deseas jamás la muerte de nadie. No te agitas en la turbación ni estás sujeto a la cólera; tu amor es inquebrantable y duradero, y no dejas de compadecerte… No vuelves nunca la espalda a nadie, sino que eres totalmente luz y voluntad de salvación… Cuando quieres perdonar lo puedes hacer; cuando quieres curar, eres poderoso; cuando quieres vivificar, eres capaz de hacerlo, cuando quieres conceder gracia, eres generoso; cuando quieres devolver la salud, lo sabes hacer. Cuando quieres renovar, eres creador, cuando quieres resucitar, eres Dios”.
Hay que tener en cuenta, ciertamente, la omnipotencia de Dios. Él, en efecto, es omnipotente, pero nosotros en esta pandemia tenemos también nuestra responsabilidad y la tienen los hombres y mujeres con vocación política y los partidos políticos. Todos tenemos que hacer mucho en este futuro inmediato, cuando empiece a llegar la “normalización”. El Papa en su Misa del día 20 de abril ha dicho a los políticos, tengan o no responsabilidades de gobierno, que han de buscar juntos el bien del país respectivo, y no el bien del propio partido. También cada uno de nosotros debe pensar cómo va a actuar en la solución de tantos problemas que van a llegar pronto. Pero déjenme antes hablar de una colaboración reciente del Papa Francisco a la revista Vida Nueva, porque me parece que sus palabras son tan bellas, que necesitamos tenerlas en cuenta, a la hora de animarnos a ayudar en esta solución a lo que la pandemia nos está dejando.
El Papa denomina su meditación “Un plan para resucitar”. Sobre el fondo del texto de Mt 28,1-10, el Santo Padre hace una lectio divina del texto evangélico digna de ser leída y rezada. Háganlo, si pueden. Merece la pena, pues es una reflexión rezada sobre la pandemia, dirigida a cristianos y no cristianos, muy hermosa. Creo que no he leído nada tan delicado y respetuoso sobre lo acontecido en la humanidad durante el coronavirus y la actuación admirable de tantos hombres y mujeres en la atención a los enfermos. Es la parte primera de la meditación del Papa a esta revista.
Pero Francisco no se queda ahí. Nos invita a actuar, a buscar soluciones para el futuro inmediato. “Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo”, dice el Papa. “Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir: ´aquí estoy´, ante la impostergable tarea que nos espera”.
Él nos dice que este es el tiempo favorable, en el que no cabe conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impidan asumir el impacto de lo que estamos viviendo. Es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu Santo es capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). ¿Cómo uniremos, por ejemplo, a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral? ¿Aprenderemos todos a darnos cuenta de que cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, sino que tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común?
Somos, pues, protagonistas y artífices de una historia en común y, así, responder a tantos males que aquejan a millones de seres humanos en el mundo. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura, nos exhorta el Santo Padre, de espaldas al sufrimiento de los demás. El Señor nos volverá sin duda a preguntar, como a Caín, “¿dónde está tu hermano?” (Gen 4,9). ¿Seremos capaces de actuar por fin responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominios y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? “La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar…” otra vez.
Este es el horizonte que nos delinea el Papa Francisco en el nivel internacional. Si bajamos a nuestro entorno más cercano, de España o de nuestra región o Diócesis, sería necesario poner en marcha tantos recursos que la caridad cristiana tiene en el Pueblo de Dios, en fieles laicos, en consagrados y pastores; en docentes y en catequistas, en voluntarios y en tanta buena gente de buena voluntad. Y decir a nuestros responsables políticos que dejen al lado la mirada corta y los intereses partidistas e ideológicos, y construyan con realismo planes y ayudas reales, sin propaganda. La historia lo tendrá en cuenta.
Al final, veo prudentemente que la omnipotencia de Dios no solo significa que Él ha permitido la pandemia para algo más que para castigarnos o mandarnos una prueba; se nos invita, como hacía el querido cardenal Eduardo Pironio, a “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos” (Diálogo con laicos, Buenos Aires, 1996).
Toledo, 25 de marzo 2020, fiesta de san Marcos evangelista.
+Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo, Emérito de Toledo
Muchas grs. y Saludos.