Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «Desafíos y esperanzas»

Quien esté un poco acostumbrado a pensar sobre lo que ocurre en nuestro mundo se puede sentir un tanto abrumado por el panorama que presenta nuestra humanidad. Esta es la cuestión ardiente: ¿Por dónde empezar? ¿Qué camino tomar? ¿De qué vale mi determinación, si todos estamos despistados y sin saber qué hacer? Ante todo, nunca perder la esperanza, pues, de lo contrario, me parecería yo a un cazador que, ya al salir temprano de casa al campo, pensase que no se va a cazar nada, pues ni hay perdices ni conejos, y que el aire viene de acá o de allá y, que, además, hay más escopetas que piezas. Por otro lado, no se trata de cazar nada, sino entender que, en esta crisis mundial, existe la posibilidad de que se nos presente una oportunidad para salir mejores, vaya mejor o peor “la caza”. Y para eso hay que salir, no quedarse en casa.

         Para un cristiano, lo que el Señor nos pide es una actitud de servicio, no de descarte. Y escuchar la voz del Espíritu Santo que nos habla desde las márgenes. Para conectar con la realidad que hay que cambiar, conviene alejarnos, ante todo, del narcisismo, de esa especie de caballero o señora andante que hay en nosotros;  constantemente nos miramos al espejo de la vida y decimos: “¡qué grande soy, aquí estoy”! Una cosa es estimarse y otra paralizarnos y no actuar porque tengo miedo a perder mi imagen.

         También el desánimo hace que nos quejemos de todo y no veamos lo que nos rodea ni la ayuda que te ofrecen los demás. Apreciar a Don Quijote es genial, pero el personaje de Cervantes solo es real cuando se ha abierto a lo que significa Sancho Panza. El desánimo lleva a la tristeza, que es un gusano muy malo en la vida del espíritu. Don Quijote nunca se desanima del todo, y va más allá de sí mismo porque así lo ve en los libros de caballería. Dirán algunos que es necesario ser realistas, es verdad. Pero, ¿y si caemos en el pesimismo? El pesimismo, dice muchas veces el Papa Francisco, es como dar un portazo al futuro y a la novedad que este puede albergar; es cerrar una puerta que nos negamos a abrir por miedo de que aparezca algo nuevo.

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         ¿Quién no ha sentido ese miedo? Yo lo he vivido muchas veces, de modo que te bloqueas de alguna manera y te centras demasiado en aquellas cosas que, según tu criterio, te impide ir adelante. Lo mejor, en esta situación, es comprometerse con lo pequeño, con lo concreto, con las acciones positivas que uno puede tomar, ya sea para sembrar esperanza y reclamar justicia. En cualquier caso, necesitamos pasar de lo virtual a lo real, de lo abstracto a lo concreto. Muchos políticos y mucha gente, entre los que me encuentro en ocasiones, no pasamos de lo abstracto, lo ideal, y ¡hay tantos hermanos de “carne y hueso”, gente con nombres y rostros, despojados a los que vemos ni reconocemos!

         Quiera Dios que en estos más de 11 meses de pandemia declarada hayan caído algunas vendas de nuestro rostro que nos permitan ver con ojos nuevos la realidad, poniendo al descubierto la llamada por el Papa “cultura del descarte”. En nuestro mundo, más cerca o más lejos de nosotros, muchos hermanos no han tenido o no tienen una vivienda donde pasar el distanciamiento social o la cuarentena, ni agua limpia con que lavarse. También son realidad muchos centros de retención de migrantes o campos de refugiados sin haya para ellos ni los más elementales derechos a gozar de vida digna, higiene o alimentación adecuada.

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         No hace falta, sin embargo, irse muy lejos: en nuestra cercanía, en Toledo, son muchos quienes están pasando verdadera necesidad. Pregunta en Caritas de tu parroquia o en la Caritas Diocesana, o en otras organizaciones sociales. El Covid no es solo la pandemia por un virus; hizo resaltar muchas cosas que no van bien en nuestro mundo. Hemos de ampliar un poco la mirada; también la forma en que asimilamos y respondemos a todos estos dramas humanos. Por ello debe preocuparnos mucho, por ejemplo, que siga habiendo proyectos en marcha en nuestro mundo para rearmar de nuevo la misma estructura socioeconómica que teníamos antes del Covid, sin tomar en cuenta todos estos dramas.

         Tenemos que encontrar, afirma el Papa, maneras para que los que fueron descartados se conviertan también en actores de un nuevo futuro. Las características que debería tener un proyecto común tiene que tener en cuenta a todo un pueblo, no solo a un pequeño grupo de personas. Existe el peligro de que este proyecto común se piense que es asunto de nuestros dirigentes, y que ellos nos pidan después parecer. Nos pedirán, sin duda, parecer, pero cuando el proyecto y las leyes ya estén hechas, pues saben ellos manejarse bien en captar la benevolencia de la gente y pedirnos después responsabilidad en nuestro comportamiento. Si no podemos cambiar la manera en que nuestra propia sociedad funcione tras la crisis del Covid, todo seguirá casi igual.

         El virus, insisto, ha dejado en evidencia la pandemia de la indiferencia: como no hay solución inmediata, lo mejor es no sentir y mirar para el otro lado. Jesús nos enseña con la historia de Lázaro y la de su vecino. Éste conoce incluso el nombre del que padece hambre. Pero está indiferente a su dolor, no le importaba. Conocía la vida de Lázaro, pero sin que le afectara, pues se opina y se juzgan muchas situaciones sin empatía, sin la capacidad de estar por un instante en los pies del otro.

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         La actitud del Señor es totalmente la contraria del rico Epulón. Jesús viene a decir que la esencia de Dios es la misericordia, que no trata solo de conmoverse, sino de responder con la acción. Dios sabe y viene corriendo a buscarnos. No solo nos espera, sale a nuestro encuentro. Siempre que haya una acción en el mundo que sea inmediata, cercana, cariñosa, preocupada, que ofrezca una respuesta, ahí está presente el Espíritu de Dios, pues la indiferencia bloquea al Espíritu; y no deja que veamos las posibilidades que Dios está esperando de nosotros.

         Aquí, queridos lectores, hemos de escuchar las últimas palabras de Jesús en el evangelio de san Mateo: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Frente a tantos sufrimientos, bajadas y subidas de la pandemia, ¿quién no se asusta? Nos podemos sentir al mismo tiempo inadecuados y llamados a la tarea; incluso ese temor ante nuestra misión puede ser una señal del Espíritu Santo.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo

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