El Papa Francisco acaba de regalar al mundo una carta-ensayo-encíclica con el título de Fratelli tutti -“Hermanos todos”- que tiene como finalidad poner en valor la categoría humana, no solo religiosa, de la fraternidad. Se dirige a los creyentes y a toda persona de buena voluntad abierta al diálogo, e invita a despertar el sueño de una sociedad fraterna y de amistad social.
La sociedad contemporánea se ha ido forjando desde el ideal ético-político que a principios del siglo XIX consideraba a la libertad, la igualdad y la fraternidad como los tres pilares básicos para construir una sociedad feliz, una sociedad abierta sin exclusiones. Desde entonces, tanto el pensamiento como la acción política han recorrido un largo camino en busca de la libertad y la igualdad, olvidándose de la fraternidad. Tanto el liberalismo en sus múltiples facetas como los diversos socialismos, las dos principales ideologías de la historia contemporánea, han sido incapaces de conseguir el equilibrio ético-político entre libertad e igualdad tan necesario para construir la sociedad abierta que todos anhelamos; incluso, cuando se han radicalizado han producido totalitarismos de todos los signos que han llevado mucha violencia, dolor y desesperanza al mundo. A ambos principios les ha faltado el flujo energético que procede de la fraternidad. La libertad sin ella -dice el Papa- enflaquece, y la igualdad, que “es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad”, es una mera abstracción.
Con su mirada puesta en la sociedad actual, Francisco describe “algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal”. Un mundo con muchas sombras donde el individualismo excluyente crea barreras y levanta muros produciendo lo que en muchas ocasiones ha definido como una “cultura del descarte” y “cultura del enfrentamiento”. Son tendencias que producen una sociedad cerrada: “Se cierra una sociedad -dice el Papa- cuando se vive un estilo de vida y una cultura donde se trata de eliminar o ignorar al otro, donde se construyen muros separadores”.
Desde el modelo que ofrece la parábola del buen samaritano plantea Francisco el gran reto de “pensar y gestar un mundo abierto”. En un primer momento, algunas reacciones y comentarios elogiosos hacia el documento desde el ámbito de la política presagiaban una gran acogida. Pasado un tiempo, llama la atención la rapidez con la que ha desaparecido de la opinión pública y de la publicada. “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos” es una actitud que hoy en la vida práctica no tiene “buena prensa”. Y también resulta muy difícil reconocer en este mundo tan secularizado que “sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad”.
Desde la invitación que nos hace a la esperanza comencemos por abrir nuestro corazón a los que nos rodean.
GRUPO AREÓPAGO
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