El fotógrafo suizo René Robert murió de hipotermia en París el pasado mes de enero de 2022, a los 85 años de edad, al haber pasado 9 horas en una acera desplomado, en una de las calles neurálgicas de París, sin ser auxiliado por nadie hasta que a las seis de la madrugada un indigente llamó a los servicios médicos, muriendo poco después por hipotermia severa.
Parece inaudito que en pleno siglo XXI nadie se percatara de una persona caída en la acera durante 9 horas, en una zona céntrica de París. Hay quién ha manifestado que se pensó que se trataba de un vagabundo que estaba durmiendo en la acera y que por eso no se le acercaron. Fue precisamente un indigente, un sin techo, quién se percató de la situación en que se encontraba René Robert y por ello pudo auxiliarle en estos momentos críticos en que aquel estaba luchando entre la vida y la muerte.
Este trágico suceso nos coloca una vez más ante la realidad de la indiferencia ante el otro con la que muchas veces vivimos. Una vez más descubrimos que podemos pasar ante quién consideramos un indigente sin mirarlo, indiferentes a su sufrimiento porque el sufrimiento de los otros poco o nada nos interpela. Vemos, pero no miramos. Parece que nos hemos parapetado para no sufrir, y por ello resulta molesto mirar el sufrimiento del otro, no sea que ello requiera de una respuesta generosa por nuestra parte.
Quizá la salida airosa ante esta noticia sea pensar que nosotros no hubiéramos actuado como aquellos parisinos ¿O quizá sí? ¿Estamos seguros que hubiéramos visto al supuesto indigente tirado en la calle? Una vez visto ¿le hubiéramos mirado? Una vez mirado ¿hubiéramos sido capaces de no juzgarle y acercarnos a auxiliarle?
Es posible que hasta este momento no nos hayamos parado a pensar por un instante lo que supone para los sin techo tanto las no miradas como las miradas de desprecio de los viandantes.
René Robert no era un indigente, no era un sin techo pero murió como uno de ellos, auxiliado únicamente por uno de estos pobres de nuestra sociedad que sí vive en la calle. Por ello, conviene detenernos a considerar que una persona sin hogar es esa persona que transita por la vida solo e invisible, como aquel que carece de nadie con quien compartir un pasado y con el dolor y el miedo ante un futuro por el que no es capaz de ilusionarse y al que debe enfrentarse en soledad. ¿No merecen ser visibles a nuestros ojos? ¿Somos conscientes de lo que puede aliviar una palabra de consuelo al que se siente invisible para el resto de la sociedad?
Qué gran lección para toda la sociedad la de este indigente que llamó a los servicios médicos en busca de ayuda para quién estaba agonizando, y que ha preferido ni siquiera dar su nombre y seguir en el anonimato. Quizá hay que saber de pobreza y de miseria para ser capaz de mirar al que sufre.
Gracias a ese héroe anónimo que le auxilió, con grandeza de corazón.
Descanse en Paz René Robert.
GRUPO AREÓPAGO
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