Recientemente se ha vuelto a celebrar misa en la catedral de Notre-Dame, cerrada desde el incendio del pasado mes de abril. Aun no se sabe muy bien cómo se va a acometer la reconstrucción del edificio dañado por el fuego, pero conviene recordar algunas claves del lenguaje del arte gótico, que nos habla de Dios y de cómo acercarnos a él.
Tanto el arte románico como el gótico querían simbolizar en el templo el trayecto de la vida. Para el románico, la vida era un recorrido horizontal, fuera de la Iglesia estaba el mundo, con sus príncipes, ambiciones, pecados y demonios, que había que atravesar para acceder a la nave principal del templo. Empezaba entonces un camino oscuro y silencioso, flanqueado por la compañía de los santos, hasta culminar en el ábside, en el que reinaba Cristo Pantocrator (todopoderoso), que nos acogía al final de la vida.
Para el gótico, el trayecto era vertical. En el plano inferior la oscuridad, la pesadez, símbolo del pecado del hombre. Según se asciende, va tomando presencia la luz, las vidrieras van sustituyendo paulatinamente a los muros, hasta tomar su lugar en los planos más altos. Las proporciones del templo siguen la razón aurea, influidas por las ideas músico-matemáticas de Pitágoras, manteniendo una armonía perfecta y dotándole de unas características acústicas excepcionales.
Para el artista gótico, Dios era luz y proporción (música), y su casa no podía ser de otra manera. Acercar a los hombres a Dios era elevarlos, iluminarlos y equilibrarlos.
El éxito de los arquitectos de la época fue el de encontrar soluciones al servicio de la idea. El objetivo era vaciar el muro para poner vidrieras sin perder el poder de sustentación; el arco ojival, las arquivoltas o las cúpulas nervadas no fueron sino las soluciones técnicas al reto artístico.
Ahora queremos reconstruir Notre-Dame y se proponen proyectos para rehacer la cúpula, reajustar los arcos, renovar la techumbre, levantar la aguja derrumbada… Eso está bien, pero no busquemos renovar las palabras sin haber entendido antes la belleza de la frase, del mensaje. No se puede reconstruir una catedral sin “entenderla”. El arte es un lenguaje y Notre Dame, como ha recordado el arzobispo de París, es un canto “a la vocación sublime del ser humano”.
GRUPO AREÓPAGO
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