El escándalo no es el efecto de presenciar un mal. Eso es una desgracia. El escándalo es el efecto de un mal específico. Quien escandaliza comete un mal y pretende hacerlo pasar por ejemplar, bueno, justificable. Esta segunda maldad es la que provoca el escándalo.
La sociedad española está afrontando el mal de la pandemia con una dignidad ejemplar. Hay que reconocérselo. Quizá lo que mejor hable de los ciudadanos sea la responsabilidad con la que han vivido las medidas de prevención e higiene. Han cumplido las normas, y mucho más, porque veían que el estado de alarma era una medida proporcionada para contener un gran mal.
Nadie tenía ni tiene la solución de esta enfermedad. Esto no es escandaloso. Como tampoco lo es que muchos esfuerzos e intentos se hayan mostrado ineficaces.
Lo escandaloso es que la sociedad esté luchando en una guerra común y que haya quienes se aprovechen de la situación para lucrarse, para medrar y mantenerse en el poder, o para imponer o salvar planteamientos ideológicos. Y que para ello se sirvan de mentiras subrepticias que se emplean con el único fin de justificar lo que se hace, sea bueno, eficaz, ineficaz o perverso.
Se espera que en este grupo no haya ningún político.
Los políticos de profesión y sueldo en un Estado democrático sólo tienen una tarea legítima: cumplir con su trabajo. Éste consiste en gestionar con realismo los bienes públicos de la sociedad a la que sirven para procurarle el bien común, es decir, el bien para todos y para cada ciudadano. Salirse de ahí cuando la ciudadanía ha perdido la vida, la salud, el trabajo y el poder salir de casa siquiera no se sabe si es delito o un chanchullo con rédito político; pero desde luego sí resulta escandaloso. Muy escandaloso.
Grupo AREÓPAGO
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