“Los cristianos tenemos la obligación de decir la verdad”. Esta frase, realmente contundente, pronunciada hace unos días por Jaime Mayor Oreja en Toledo con motivo de una conferencia organizada en torno a la presencia de los cristianos en la vida pública –y recogida como titular por la prensa–, debería hacernos reflexionar a todos, creyentes y no creyentes.
Es claro que la verdad no está de moda en nuestra sociedad y en nuestras propias vidas. En algunos casos por mala fe y en otros por falsos respetos humanos, en no pocas ocasiones optamos por la mentira o, cuando menos, por ocultar la verdad. Es lo que está ocurriendo en el ámbito de los valores: por miedo a sentirse minoría en el contexto de una comunidad sin referencias, por un mal entendido respeto de la libertad de los demás o, sencillamente, por despreciar su existencia, el debate acerca de determinados valores que nos han caracterizado como sociedad ha desaparecido de la esfera pública.
Se ve con meridiana claridad en el ámbito de la política, pero también se aprecia respecto del Derecho, de la Justicia e, incluso, en todo lo relativo a la naturaleza del ser humano. No están en el lenguaje político conceptos básicos como el de bien común; el legislador no parte de principios preconstituidos a la hora de concretar reglas; las decisiones de gobierno no necesariamente se adoptan con criterios de equidad.
Nada es verdad; en consecuencia, la realidad depende total y absolutamente de la concepción que de ella se hace quien la observa; el resultado final es que no pueden existir coincidencias objetivas en quienes buscan la esencia de todo lo que nos rodea –la naturaleza, la persona, la sociedad–, salvo que la casualidad conduzca a ello o la voluntad lleve al consenso, aunque lo consensuado sea manifiestamente contrario a la razón (y, por supuesto, con independencia de su complemento natural, la fe). De este modo, estamos condenados al nihilismo y, con él, a la autodestrucción como civilización.
Todos tenemos obligación de decir la verdad. Y de buscarla.
Grupo AREÓPAGO
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