La cultura clásica, la religión hebrea, el islam y los primeros siglos de la vida del cristianismo son el punto de partida para que Martín Lutero, un profesor de Exégesis Bíblica, clavase en 1517 sus famosas noventa y cinto tesis en la iglesia del castillo de Wittenberg. Con ellas se inicia la denominada Reforma Protestante y su teoría, muy lejos de ser un corpus unitario presenta, no obstante, una serie de características comunes; la justificación por la fe, antiliturgismo, fervor biblista e iconoclastia. Este último de los factores, es precisamente uno de los más controvertidos, pues la iconoclastia o el rechazo a las imágenes religiosas no fue una postura universal entre los seguidores luteranos. Así, mientras el mismo Lutero se mostró más permisivo, seguidores como Calvino o Zwinglio radicalizan sus posturas en este sentido.
Antes de Lutero, la Iglesia Católica ya había iniciado su propia ¨Reforma¨, reforma que tomará forma entre 1545 y 1563 cuando Pablo III convoca el Concilio de Trento. Entre sus postulados doctrinales recoge el guante que la Reforma Protestante había elaborado en torno a las imágenes religiosas ensalzando su valor doctrinal y catequético. El concepto ¨imagen¨ se define con escrupulosa precisión y se distingue del concepto ¨ídolo¨, así, la imagen se convierte en ¨imitación de las cosas que realmente existen¨, mientras el ídolo no. Desde este punto, el culto se realiza a lo que la imagen representa, no a la imagen en sí. La consecuencia más directa de cara al orbe católico es la elaboración de una imagen religiosa que desde el punto de vista artístico reuniera tres características: nada profano, nada insólito y nada deshonesto. Imágenes que fuesen capaces de encender la fe y que fuesen capaces de llegar al corazón de los fieles.
Este pensamiento impulsado por la Reforma Católica pone en valor aspectos como el martirio de los santos, el poder intercesor de María o la pasión de Cristo. Así, el auge de las hermandades y cofradías penitentes y la búsqueda de un sentimiento de conversión utilizan dos vehículos de acción. El primero es el teatro, con las denominadas ¨comedias de santos¨, en las cuales se dramatizaba la vida de diferentes santos haciendo hincapié en aspectos de ascetismo y el segundo y más importante es la escultura. La escultura de esta época (barroca) se afana en la trasmisión de los sentimientos más introspectivos a través de rostros y lenguaje corporal. Se trata de acercarse lo máximo posible a la realidad, al sufrimiento o a la gloria según el caso.
En nuestro país, adalid de la Reforma Católica (ya desde tiempos de los Reyes Católicos), aparecen dos escuelas escultóricas de cuyos talleres salen tallas procesionales de un valor artístico tan importante que han permanecido hasta nuestros días. La escuela andaluza especialista en la imagen procesional personal e individual fruto de la cual es la archiconocida figura del Nazareno, y la escuela de Castilla especialista en imágenes de conjunto y con sede en Valladolid.
Durante estos días cientos, miles de imágenes recorrerán las calles de nuestros pueblos y ciudades en múltiples procesiones. Su valor en la actualidad se ha diversificado y puede adentrarse en el punto de vista económico debido al gran interés turístico que despiertan o puede ser cultural al sentirse como parte de la idiosincrasia de un determinado lugar. Para un creyente, no obstante, una procesión y las imágenes que en ella aparecen son una oportunidad para el recogimiento y la reflexión, un momento para la identificación con la pasión y muerte de Cristo. Tareas todas ellas herencia de una Reforma Católica en la que la Iglesia actuó con coherencia intentando salvaguardar los valores de la fe. No lo olvidemos.
GRUPO AREÓPAGO
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