Si existe una situación que saca lo peor del ser humano esta es sin duda la guerra. En la actualidad se viven conflictos armados a gran escala en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria, pero los dos que más atención demandan por lo sangriento y conflictivo del enfrentamiento son los que tienen lugar tras la invasión rusa de Ucrania y el de Israel y Hamás en el Franja de Gaza.
Este último en concreto no es fácil de entender para cualquier profano. Ya desde la constitución del Estado de Israel en 1948 tras la finalización de la II Guerra Mundial se abre una herida entre las pretensiones sionistas que ansían la tierra prometida y la nación palestina que se siente poseedora de un territorio que entiende como suyo. El resultado, un puñado de dirigentes judíos que arman el país hasta los dientes ante la consciencia de que de ello depende su supervivencia, y una guerrilla palestina disgregada por los territorios limítrofes y rearmada en facciones de milicia como Hamás o Hezbolá. Después de décadas de enfrentamientos y posibles acuerdos de paz el siete de octubre del año 2023 el grupo Hamás, formado por musulmanes de origen sunita ataca Israel y la respuesta por parte del bando judío no tarda en aparecer en una pugna que llega hasta hoy y que no tiene visos de encontrar un final. En los últimos días, cuando se cumple un año del enfrentamiento, la situación se ha recrudecido con nuevos ataques.
En su naturaleza, esta guerra es como todas las demás, saca lo peor del ser humano. En ella se vanaglorian y pavonean a su antojo la avaricia por la posesión de territorios, la envidia del contrincante que posee un armamento más efectivo, la gula que proporciona la codicia ilimitada, la ira constante contra el enemigo, la lujuria que se presenta en forma de poder, la pereza de todos aquellos que la observan desde afuera y no quieren intervenir y la soberbia, el verdadero maestro de ceremonias que dirige este siniestro cortejo de drama y muerte.
Sin embargo, este conflicto posee aspectos generales y particulares que le confieren cierta predominancia. Entre los generales, aspectos que la integran en lo que se denomina geopolítica y que nos presentan un complicado mapa mundial de alianzas que puede desencadenar un conflicto bélico de gran alcance. Entre los particulares, una ubicación que para los cristianos es ¨Tierra Santa¨. Así, aunque en esencia esta guerra sea como tantas otras, aunque un cristiano rece por cualquier conflicto, esta es especialmente dolorosa, pues reafirma el poder de la maldad y el odio por encima de cualquier entendimiento allí donde se predicó justamente lo contrario.
El mismo Jesucristo afirmó que ¨del corazón del hombre salen los malos pensamientos, los adulterios, los homicidios, los hurtos, las maldades..¨(Mc. 7, 21) El hombre es capaz de lo peor cuando se encierra en su propia humanidad y es incapaz de trascender de ésta. Que gran paradoja llegar a este destino en una tierra en la que precisamente el ser humano fue llamado a sacar lo mejor de sí mismo. Una tierra mesiánica y profética en la que el mensaje revelador de Dios nos habló de un ser humano a su imagen y semejanza, capaz de las más grandes proezas y descubrimientos.
Recemos por Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria, Siria o Ucrania, pero en estas fechas recemos por este cruel conflicto entre palestinos e israelíes. Que impere la cordura y un conflicto que no es ¨más¨ se convierta en un conflicto ¨menos¨. Esperemos.
GRUPO AREÓPAGO
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