La sociedad del malestar parece haberse instalado entre nosotros. Las protestas, la desafección, la ira, la violencia, el hastío y el suicidio están cada vez más presentes en las noticias y en las conversaciones cotidianas. La insatisfacción se ha convertido en el humor natural de las personas. Si uno no se queja, se convierte en sospechoso. ¿De dónde viene este malestar reinante si objetivamente vivimos mejor que los que nos han precedido?
Pensemos en el consumismo reinante. La publicidad promete la felicidad futura convenciéndonos de nuestra desgracia presente (real o no). La compra del bien ofertado cambiará la situación, al menos, hasta que aparezca el nuevo modelo. La cultura del tener se concreta en la felicidad por dinero. La sociedad de consumo se va transformando en la sociedad del malestar, como el burro que se agota persiguiendo la zanahoria que nunca alcanza.
Por otro lado, vivimos en el estado del bienestar, otra promesa de felicidad que se ofrece, esta vez, desde las instituciones públicas. Las necesidades básicas, y no tan básicas, se cubren por un estado en continuo crecimiento, prometiendo un bienestar universal. El precio a pagar son los altos impuestos, que producen malestar. Además, el bienestar no es un concepto homogéneo, depende de los valores de cada persona. El bienestar público no coincide muchas veces con el bienestar personal, una nueva fuente de disgusto. Por último, los bienes ofrecidos se incluyen en las promesas electorales y se genera una especie de consumismo político, buscando votos, lo que produce que el estado del bienestar también vaya mutando en sociedad del malestar.
En ambos casos, la felicidad prometida se restringe a lo material, a las necesidades no espirituales. La soledad, la envidia, el odio, el rencor… no se arreglan con dinero. La autoestima, la humildad, el perdón… no se restablecen con subvenciones. ¿Cómo saciar la insatisfecha sed espiritual que alimenta realmente el malestar personal?
Víctor Frankl decía que la felicidad solo se encuentra cuando no se busca, que la felicidad personal se encuentra cuando se renuncia a ella por la felicidad del otro. El sacrificio por el bien del otro se convierte en bien para nosotros. Eso no lo entiende ni el consumismo ni el estado del bienestar, pero llena la vida de sentido. ¿Hay mayor bienestar?
GRUPO AREÓPAGO
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