La escuela en España, un problema

La situación actual en la Educación Formal Española (escuelas, institutos, universidades) no puede ser más grave en cuanto que no responde a sus fines formales. Desde luego sí parece un cumplido éxito en cuanto que se ajusta a fines no formales, a fines que no se articulan conforme a derecho, pero que están en la intención de personas.

Por grave se entiende extremadamente problemática: porcentajes altísimos de profesores de baja; de alumnos que no asisten a clase-no se habla de los absentistas, que los hay, sino de los que simplemente no van a clase; de alumnos con problemas de conducta, hasta el punto de que cada vez son menos necesarios profesores ordinarios según materias y más imprescindibles los pedagogos terapéuticos. Estos porcentajes son un aspecto de la situación. Si se da el paso a cuando acaba la Educación Formal encontramos tasas altísimas de alumnado que tras su primer año de Universidad cambian de grado porque eligió algo que en el fondo no quería, tasas altísimas de alumnado que necesita más de un módulo de Formación Profesional para intentar encontrar trabajo más o menos de lo suyo, tasas altísimas de titulados en ESO cuya salida inmediata es ningún trabajo remunerado y tasas altas de no titulados en ESO. Estas referencias dejan de ser dificultades y pasan a ser problemas cuando a pesar de la ingente cantidad de medios y esfuerzos que se dedican a la educación formal, en vez de solucionarse van a más. Algo está fallando, y no son los recursos.

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Según la Ley Orgánica de Educación el título de ESO acredita que una persona –alumno- tiene la madurez suficiente para incorporarse con éxito en la vida social. La gran mayoría de Escuelas de Psicología definen la madurez humana del adulto como la capacidad de sacar adelante autónomamente la propia vida en el contexto social. Algunas Escuelas concretan este principio en desarrollar con solvencia un trabajo remunerado para no depender de la familia – o Estado -, y gozar de estabilidad emotiva para garantizar la fidelidad a los compromisos interpersonales, sean estos de pareja o sociales.

Un profesor preguntó a un grupo de alumnos de 4º ESO que a cuantos de sus compañeros del año superior –unos 100 recién titulados en ESO – contratarían para su empresa familiar. Aquí no se reportará la respuesta de los muchachos, sino que se varía por preguntas para el lector: ¿Cuántas empresas con necesidad de trabajadores están deseando de firmar contratos laborales con recién titulados en ESO? ¿Cuántos recién titulados crean sus propias empresas? ¿Cuántos recién titulados saben con realismo lo que quieren y son fieles consigo mismos y con su proyecto de vida hasta que lo consiguen?

Ojalá sean estadísticamente más que los que quiebran con síndromes ansioso-depresivos. Y estos últimos, aunque fuesen estadísticamente pocos, si su fracaso personal se correlaciona significativamente con lo recibido en la escuela, sería suficiente para que los ciudadanos revisen si la Escuela cumple sus fines o no.

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