La final del US Open, celebrada hace unos días, ha estado marcada por un sinfín de reacciones a la actitud de Serena Williams tras la amonestación que le impuso el juez de silla, después de tres advertencias por incumplir las normas del juego.
La campeona olímpica, perdió los nervios, destrozó la raqueta e insultó al árbitro, achacando que su represalia era por ser mujer, y que si hubiera sido un hombre no le habrían castigado de igual forma.
Más allá de la escena, que no tardó en ser portada de todos los medios, debemos pararnos a pensar en el doble debate que ha surgido a raíz de la disputa.
Por un lado, ¿se puede justificar la derrota con un ataque contra ella por ser mujer? ¿Todo vale tras la capa de feminismo, tan utilizada hoy en día para justificar cualquier situación?
Serena convirtió una excusa de su derrota en una bandera del feminismo. Las amonestaciones del árbitro, ajustadas a las normas, pasan a clasificarse como un ataque sexista. Justificar lo injustificable.
Las opiniones respecto a este hecho no se han hecho esperar, y han sido varias las asociaciones y representantes feministas que no han apoyado esa adjudicación como ataque machista. Incluso, varias apuntan a que ese tipo de apropiaciones, lejos de ayudar al movimiento, lo alejan de sus razones y pierden credibilidad.
Por otra parte, pensemos en el deplorable ejemplo que da a todos sus admiradores.
¿Se puede justificar su actitud y sus formas? ¿Todo vale, insultar, gritar o romper, cuando no se sale siempre vencedor?
Una estrella como ella, a nivel mundial, modelo para muchos jóvenes, y que ante una derrota se queja a los de su alrededor, en vez de felicitar y reconocer el mérito del adversario, es lo que nuestros jóvenes están percibiendo. Es lo que la sociedad en la que vivimos normaliza cada vez más, evitando la responsabilidad, evadiendo el compromiso y no queriendo asumir las consecuencias.
Hoy se busca la igualdad a través de la imitación, pero en lugar de imitar por lo alto, de querer ser igual en las virtudes, en lo positivo, estamos igualando por abajo, por la justificación de no tener que esforzarnos más, de dejarnos llevar por si otros lo hacen, de querer ser grandes personajes pero sin tener que luchar para ello.
Vivamos sin la necesidad de buscar excusas a nuestros fracasos. Aceptar los errores y rectificar de cara al futuro es el mejor camino para ser verdaderamente grandes.
GRUPO AREÓPAGO
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