El pasado 23 de junio los ciudadanos del Reino Unido, por una ligera mayoría, votaron a favor de que su país abandone la Unión Europea. La pregunta era clara: “¿Debe el Reino Unido seguir siendo miembro de la Unión Europea o debe dejar la Unión Europea?”. Con una participación ciertamente relevante (más de un 70%), un 51,9 % de las personas que votaron optaron por la segunda de las respuestas.
Ciertamente, un referéndum no sirve para medir mucho más que el porcentaje de voto con relación a una pregunta que, en ningún caso, es suficiente para expresar todas las implicaciones que tiene la respuesta a la misma, sea cual sea ésta. Para ello, en teoría, está la campaña previa, donde los diferentes partidos políticos y, en general, los propios ciudadanos, pueden expresar sus argumentos para convencer al cuerpo electoral en uno u otro sentido. Es aquí donde hemos de centrar la atención.
Transcurrido más de un mes desde la celebración del referéndum, más allá de que son muchas aún las incertidumbres, tenemos algunas certezas: la decisión de convocar el referéndum respondía a intereses políticos partidistas de carácter coyuntural; los partidarios de la salida de la Unión Europea han reconocido que muchos de sus argumentos eran falsos; quienes lideraron las respectivas campañas por el Brexit y por el Bremain no están ya en la escena política, incluyendo al Primer Ministro que, apenas un año antes, había sido reelegido por mayoría absoluta, con lo no corresponderá a ellos hacer valer sus posicionamientos; no existe un camino pautado para llevar adelante el proceso, en esencia porque se discute la constitucionalidad del referéndum –que, de hecho, ha sido impugnado–, se debate sobre la necesidad de que el Parlamento dé el visto bueno al Gobierno para plantear formalmente la retirada y no se sabe cómo acabarán las negociaciones para la formalización de la misma, pues el famoso artículo 50 del Tratado de la Unión Europea simplemente contiene disposiciones generales.
La lección es evidente: sólo la búsqueda del bien común, fundada en la verdad, es capaz de lograr el auténtico desarrollo y progreso de los pueblos. Todo lo demás conduce al fracaso, al retroceso y al debilitamiento de la comunidad. Confiemos que, al menos, la hayamos aprendido.
Grupo AREÓPAGO
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