Cuando se está en un bosque, normalmente se contempla el conjunto del paisaje –árboles, pájaros y otros animales, insectos, plantas–; solo los más observadores se detienen a examinar en detalle especies particulares por su características, su belleza o sus años de vida; muy pocos son, sin embargo, los que se preguntan por el origen de ese precioso conjunto, que en algún momento surgió, por obra del Creador.
Algo parecido puede pasarnos a todos los que celebramos y admiramos el Corpus toledano (la reflexión es aplicable a aquellos otros lugares en los que esta pasada semana ha tenido lugar la tradicional procesión del Corpus Christi): nos quedamos en la belleza del conjunto o, como mucho, descendemos a particulares manifestaciones de ese precioso paisaje, mezcla de arquitectura, adornos y personas que desfilan en la procesión, pero nos olvidamos del árbol primero, del Santísimo Sacramento, de Jesús Eucaristía, auténtico corazón de la procesión y causa de todo lo que hay en ella.
Es curioso comprobar –en los medios de comunicación profesionales y en la redes sociales particulares– cómo el acento se pone en la presencia de alguna persona pública, en concretos adornos, en determinados colectivos que desfilan e, incluso –y sobre todo– en lo que singulariza esta manifestación religiosa: la preciosa custodia de Arfe. Pero todo ello implica dar más importancia a la forma que al fondo, al continente que el contenido, al adorno que a la persona para la que fue creado: el mismo Dios. Un Dios hecho eucaristía que, por las bellas calles de Toledo, sale al encuentro de quienes le acompañan en procesión, de quienes le observan en su custodia, de quienes le buscan en medio de sus sufrimientos, problemas y preocupaciones. Ese, el árbol primero, es el sentido del increíble bosque del Corpus Christi.
GRUPO AREÓPAGO
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