Cita previa

El objetivo de la tecnología es facilitar la vida de las personas. El uso de herramientas, desde los primeros pasos de la humanidad, ha permitido al ser humano avanzar en su camino civilizador, aliviando el esfuerzo del cultivo, la caza o el trabajo, para poder desviar ese esfuerzo a lo más específicamente humano: la amistad, la familia, el conocimiento…

Pero no hay que olvidar que los avances tecnológicos también se han usado frecuentemente para incrementar el poder sobre otros seres humanos. El tallado de un hacha de sílex o la fundición de una espada de bronce, no solo han sido herramientas para la caza, también han sido armas con las que enfrentarse a otros seres humanos, sea con razón o sin ella.

Este simple vistazo a nuestros primeros pasos nos sirve para aclarar que la tecnología no es ni mala, ni buena, depende del uso que le demos. Una tecnología usada para algo bueno se convierte en tecnología buena; si es usada para algo malo, se convierte en tecnología mala.

El mundo de hoy se caracteriza por una presencia abrumadora de recursos tecnológicos. Muy pocas acciones de nuestro hacer de cada día se llevan a cabo sin una mediación de una herramienta tecnológica. Pero el valor moral (bueno o malo) de nuestros actos sigue dependiendo de nosotros, de nuestros objetivos y nuestras intenciones, no del instrumento que utilizamos, especialmente si la elección del instrumento es voluntaria. Porque, a veces, se nos obliga a usar ciertas herramientas tecnológicas que nos impiden hacer el bien a nuestros semejantes: reducen nuestra capacidad de actuación o la limitan, incluso la impiden. Valgan dos ejemplos de este uso perverso de la tecnología.

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La cita previa, que se ha asentado como una forma obligada de acceso a ciertos servicios públicos. Se afianzó durante la pandemia, para evitar aglomeraciones, pero se ha quedado como inamovible. ¿Ha mejorado la atención al ciudadano? En muchos casos no, especialmente en aquellos en que se ha quedado como el único acceso posible. La tecnología necesaria para solicitar una cita no es accesible para todo el mundo. Completar unos campos muy técnicos en una página web o acertar con un laberinto de preguntas de un locutor robotizado de atención telefónica, no está al alcance de todos los ciudadanos, especialmente los más débiles, los ancianos o muchas personas con dificultades físicas o psíquicas. Fuera de estos cauces tecnológicos, el ciudadano se puede encontrar con un guardia de seguridad que obstinadamente recurre a lo que le han ordenado: sin cita previa no se entra. Y esto ocurre en grandes empresas de servicios, en bancos y en la administración pública local, regional y nacional.

Otro uso perverso de las herramientas tecnológicas es la doble autenticación o doble factor de autenticación. Este es un mecanismo para acceder a trámites electrónicos que refuerza el uso de un usuario y una clave para acreditar una identidad, añadiendo un nuevo factor de reconocimiento a través, normalmente, de un código adicional enviado instantáneamente a un dispositivo móvil. El objetivo es evitar una usurpación de identidad y el consiguiente fraude, pero eso es un riesgo que el propio usuario debe decidir. Sin embargo, su imposición es frecuentemente obligatoria. ¿Y si el usuario no tiene teléfono móvil, o no lo tiene consigo o está sin batería…? Parece que la única opción es volver a la tradición presencial: ir a la oficina del banco o de la compañía telefónica, si hay suerte y no se encuentra con la respuesta temida de que «ese trámite solo se puede hacer por internet», o lo que es aún peor: «necesita cita previa».

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Deseo y buenismo, un fin justificado por los medios…un coctel perfecto para cambiar la ley y la mentalidad de la sociedad española. Tiempo al tiempo.

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