Una Semana Santa, especial, extraordinaria, rara

La celebración de esta última Semana Santa se ha tildado de “especial, extraordinaria, rara”. Efectivamente, se ha procedido de un modo tan único como extraordinaria por la situación que está encarando toda la humanidad.

Pero la celebración de la Semana Santa ha sido un hecho. Esencialmente consiste en hacerse eco de la realidad de la Pascua de Jesús, hecho que tuvo lugar en abril del año 30 de nuestra era. Jesús de Nazaret decide entregarse a la muerte para vencerla con su Resurrección. Este año 2020 Jesús ha vuelto a vivir su Pascua.

La fe de la Iglesia marca el otro polo objetivo de la Semana Santa. El cristiano ha captado que “el Hijo de Dios tanto me ha amado, que se ha entregado por mí”. Los cristianos reciben el testimonio objetivo de este acontecimiento y al acogerlo – creerlo – experimentan cómo Jesús es alguien que está viviendo su Pascua hoy “por mí y conmigo”.

Esta realidad -del todo única- que la fe presenta  como actual, se vive y expresa en cualquier circunstancia, ya que el cristiano en Semana Santa sobre todo celebra el amor de Jesús que inmediatamente se traduce en amor al prójimo.

Este año los cristianos se han quedado en casa por puro amor a todos. Y con ese amor están cuidando la convivencia “bajo techo” y la cercanía por teléfono. Con ese amor capaz del sacrificio muchos profesionales cristianos han hallado la serenidad para ejercer su vocación de servicio al prójimo aun a costa de su propia vida. Con el amor de Jesús, más fuerte que la muerte, muchos cristianos están encarando el intenso sufrimiento que acarrea la muerte, el miedo, el dolor, la impotencia y el aislamiento. Y se ven junto a Jesús en su camino hacia el Calvario, y reaccionan como Jesús: un protocolo por seguir, algunas – muy pocas – palabras , ninguna amenaza y  un profundo clamor hacia Dios, en quien se confía en medio del tormento. Y así se descubren sufriendo porque aman, sufriendo porque experimentan los hachazos que la muerte y el mal infligen al amor. Este año los cristianos están rezando por los difuntos, personas con rostro y corazón, irreductibles a las estadísticas, porque saben que el amor de Jesús confluye en su Resurrección. El amor vivido acaba en vida, porque Cristo está vivo y vivificará a nuestros hermanos difuntos, todo su amor vivido.

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La Pascua de Jesús es un hecho que acontece. Y este año, también, los cristianos se han hecho eco de ella.

GRUPO ARÉOPAGO

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