Firma invitada. Don Braulio Rodríguez: Si alguien no tiene fe, ¿hay alguna razón por la que debe sentirse interesado por esta materia?

           Dejemos de lado, por el momento, el tema de por qué alguien puede tener fe, posibilidad cierta. Fijémonos ahora en que existen razones que explican por qué hay muchas personas que recorren el camino de la vida, a menudo con notable éxito, sin fe. Más difícil es llegar a comprender que haya quienes no se sienten para nada interesados por esta cuestión. La fe religiosa, bajo cualquiera de sus manifestaciones, implica siempre un supuesto fundamental, a saber, que existe una realidad más allá de la realidad ordinaria, de la realidad cotidiana, y que esa realidad situada más al fondo es benigna, buena. O, dicho de otra manera, la fe religiosa implica que hay un destino más allá de la muerte y de la destrucción que, como bien sabemos, nos espera no sólo a nosotros, sino a todas las personas y a todas las cosas por las que nos preocupamos en este mundo, a la raza humana y al planeta sobre el que se desarrolla su historia.

           Puede ser comprensible que alguien afirme que no cree en la existencia de este destino trascendental y, por tanto, en Dios. Pero ya es menos razonable que se declare que no se siente interés por el tema. La religión implica que, en última instancia, la realidad tiene sentido también en términos humanos. ¿Por qué les estoy hablando de este modo, casi acabando el mes de mayo? Tal vez solo porque, como dice san Pablo, es posible que se nos esté abriendo una puerta para anunciar a Jesucristo, para mostrar al Dios de la vida en quien creemos y en el que puede otros creer. Quiera Dios que me explique bien.

           Hay que pensar que la mayor parte del tiempo, en el curso de la vida ordinaria, damos por supuesto que la realidad es lo que aparece ante nuestros ojos. Un filósofo de nuestro tiempo denomina este fenómeno “el mundo dado por supuesto”. Pueda ser que individuos excepcionales, pongamos por caso a Séneca o a Einstein, cuestionen esta garantía dada por supuesto. Pero son muy pocas las excepciones. En términos generales, la mayoría de la gente sólo se cuestiona la realidad cuando sucede algo que interrumpe el flujo de la vida ordinaria. Es el caso de la pandemia producida por Covid-19: se advierte con repentina claridad que hay aquí una realidad mayor que la que se había supuesto, que no nos explicamos y nos desorienta, teniendo que cambiar de vida con extrema rapidez. Esto es, como mínimo, lo que se quiere decir cuando se habla de experiencia de trascendencia. No son necesariamente todavía experiencias religiosas, pero también los ateos y agnósticos caen enfermos y mueren, son padres, y se sienten arrebatados por la música o por el amor. Y sorprendidos por las catástrofes. Por eso se les puede calificar de “pre-religiosas” a estas experiencias, pues, al relativizar la realidad cotidiana, abren la posibilidad de una realidad que normalmente permanece oculta.

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           ¿Tendrán estos individuos o, mejor, estos hermanos, quienes les hablen, como al ministro de Candaces, reina de Etiopía (cfr. Hch 8,26-40), para encauzar sus dudas y hablar de lo que les pasa? He ahí un servicio que muchos pueden ofrecer a tantos alejados o a los que no comparten nuestra fe. Eso sí, sin ánimo de proselitismo, pues la fe siempre se propone, no se impone. “Es una tarea difícil y delicada”, dirán algunos. Sin duda, pero es la ocasión para mostrar qué es realmente la Iglesia, y que vale más el ejemplo que las palabras. “Cierto, seguirá recelando otro, pero no estoy preparado; eso queda para los curas”. Mala respuesta y poco razonable.

           Hay personas que tienen fe y que no sienten la necesidad de reflexionar sobre sus creencias. Y basta que alguien sugiera el tema para renovar la raíz con el agua de la memoria de lo que somos. Sí, hermanos, existe la “fe infantil” o la “fe del carbonero”, pero este es un fenómeno que no se debe despreciar o minusvalorar. Primero, porque hay gente que ha nacido y crecido en un ambiente social en el que su fe particular se da por garantizada o que ha vivido una poderosa experiencia que confirma sus creencias y que ejerce un sólido y permanente efecto en su memoria. En cualquier caso, la mayoría de los seres humanos se sienten impelidos a reflexionar sobre sus experiencias y sus creencias, a pesar del rampante ateísmo práctico reinante. Y es obvio que todos los aspectos de las experiencias y de las creencias humanas pueden convertirse en objeto de reflexión. Y la religión no es una excepción. De manera que viene bien recordar que la definición más elemental de la teología es decir que consiste en una reflexión sistemática sobre la fe. Y eso lo sabemos hacer todos los cristianos, aunque nuestra formación tenga este o aquel alcance.

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             Siempre ha habido reflexiones teológicas que narran la historia de la vida de Jesús, ya desde los orígenes de la historia de la Iglesia. Y, en términos generales, esta tarea no es fundamentalmente diferente de lo que fue en épocas precedentes. Es verdad que la situación moderna o postmoderna encierra en sí aspectos característicos, que en muchos casos está socavando de manera creciente lo que sustentaba “lo dado por supuesto”, tanto en los temas religiosos como en cualquier otro tipo de creencias. Es cierto que la gente considera que sus creencias están garantizadas, pero acontecimientos como la pandemia extendida por el coronavirus actual puede socavarlas y llevar a los individuos o grupos a elegir una forma u otra de vida.

           Ahí hemos de estar los católicos y ofrecer la luz de la fe en Jesucristo, a la hora en que la gente puede estar de nuevo eligiendo una opción religiosa u otra. La elección cristiana exige, siempre, una tarea “teológica”, aunque sea muy sencilla y rudimentaria. ¿Cómo ayudar a los que lo necesiten en esa reflexión? Hay muchos modos, pero es fundamental la conversación de persona a persona, el tú a tú, el encuentro personal, el diálogo sobre cuanto está pasando en tantos órdenes de cosas: la falta de trabajo, qué va a ocurrir con la escuela de los hijos en septiembre, la recesión económica, cómo salir en ayuda de los más necesitados, qué es el bien común, para qué ha de servir la actividad política verdadera y no la que comúnmente hacen los políticos, que tantas veces se aprovechan  y no piensan en el conjunto, sólo en sus partidos. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia – ¿recordáis? – sirve muy bien para ayudaros a esta tarea.

           Pero no hay que olvidar predicar sobre lo esencial cristiano (“Primer anuncio” lo denominamos; también “kerigma”). Nos viene de perlas ver el Catecismo de la Iglesia Católica o su Compendio. Pero es más urgente en la conversación personal hablar con tu vecino, tu amigo, tu familiar, con quienes estás en el trabajo o en otras actividades comunitarias, pero hablarle de lo que a ti te pasa y tú vives como discípulo de Jesús. Lo que te ha llevado a cambiar de vida, lo que no pasa: de Dios Padre, que nos ha dado a Jesús, su Hijo eterno encarnado en la carne de la Virgen, que con sus obras y palabras (el Evangelio) nos ha hablado de Dios, y de nosotros, de cómo vivir la vida de otra manera para ser feliz. De manera sencilla, sin la soberbia del que da lecciones.

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    Sería muy lamentable que no aprovecháramos la ocasión para ver qué ha pasado con la Covid-19. Esto no ha sido una broma y sería fatal que no aprendiéramos la lección: no podemos prescindir de los demás, no nos realizamos solos (individuos, naciones, continentes, Norte o Sur) y, por tanto, no nos salvamos solos. Aprender cuánto vale Dios y cómo nos ayuda la fe en Jesucristo no puede ser despreciado, ni tampoco cuidar de la Creación que es buena y nos ayuda a vivir humanamente. Hay que hablar de lo que significa la fraternidad entre los seres humanos y el riesgo que se corre cuando se hace mal a los demás hombres y mujeres, a los demás pueblos y razas. ¿Cómo, si no, nos defenderemos de los más poderosos, los que mueven los hilos del mundo, sin tener en cuenta a todos los que habitamos “la casa común”?

           Pero interesa que haya comunicación en tiempos confusos y apertura de ventanas y puertas. Hay muchas maneras de enfocar la vida económica, social, la convivencia, el esfuerzo por el bien común, la globalización a partir de la fe en Jesucristo; conocemos otros modos de organizar la vida, que, aunque tengan valores ciertos, no son cristianos, pues piensa que la fe nada tiene que ver en este ámbito. El grupo Polis mucho tiene que hacer aquí; también otros muchos grupos cristianos, todo cristiano, en realidad. No decaigamos en nuestro testimonio de una vida mejor para todos.

+Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo, Emérito de Toledo

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